Datos de contacto.

Envíame tus comentarios o colaboraciones. Escríbeme un correo: renegau.renegau@gmail.com

miércoles, marzo 24

En este 24 de marzo: Diez olvidos sobre una gran mentira.


Diez Olvidos



por Antonio Caponnetto


No pasa día -en rigor, no pasa hora- sin que desde to­dos los medios masivos a su disposición, las iz­quierdas gobernates y co-gobernantes vuelvan una y otra vez sobre la condena del Proceso y de la Guerra Antisubversiva. Como tampoco pasa una hora sin que desde alguna instancia más o menos jurídica, nacional o transnacional se intente o se ejecute una nueva estrategia para mantener a los presuntos o reales re­presores de la guerrilla en permanente estado de acusación. Las respuestas y las reacciones que se suscitan ante tal estado de cosas, están lejos de ser satisfactorias. Empezando por las respuestas de los jefes castrenses, que han optado entre entregarse sin combatir, asociarse vergonsozamente al enemigo o proferir sandeces pacifistas. El resultado es una confusión tan multiforme, una mentira tan honda y una falsifi­cación tan sistemática de la historia, que nos parece oportuno presentar la si­guiente enunciación didáctica.


1.-Se ha olvidado en primer lugar, la existencia del Comu­nismo Internacional, con su secuela de cien millones de muertos durante el siglo XX. La cifra no es arbitraria, ni retórica ni antojadiza. Es el resultado de un cálculo científico, corroborado de un modo reciente, tras prolijas investigaciones de carácter demográfico, en una obra notable de casi novecien­tas páginas escrita por seis autores insospechados de antimar­xismo: El libro negro del Comunismo, Barcelona, Planeta-Espasa, 1998, en su versión castellana.


Los profesionales de la protesta antigenocida, tan prontos a blandir cantidades más emblemáticas que reales, (como las de los seis millones del Holocausto o la de los treinta mil desapare­cidos), no han dicho una sola palabra a propósito de tan mons­truosa constatación. Entre el 12 y 14 de junio de 2000, en Vilnus, Li­tuania, tuvo lugar el Primer Congreso Internacional sobre la Evaluación de los Crímenes del Comunismo (CIECC), organizado por la Fundación de Investigación de Crímenes Comunistas presidida por Vytas Miliauskas. No se ha visto ni se vera jamás allí, a representante alguno de las agrupaciones defensoras de los derechos humanos, ni al juez Garzón y a sus múltiples secuaces nativos y foráneos. Con lo que se constata una vez más -sin que haga falta- que los invocados derechos no son más que un recurso dialéctico de la Revolución, y que las tales agrupacio­nes que los invocan no han nacido sino para custodiar los inte­reses de la praxis marxista. Lo cual -pongámosnos de acuerdo ­no sería incoherente ni lo más grave si no mediara el hecho de que los mencionados ideólogos y agitadores insisten en pre­sentarse como pacíficos ciudadanos preocupados por cualquier atentado de lesa humanidad.


2.-Se ha olvidado, en segundo lugar, que al amparo de aque­lla estructura ideológico-homicida apareció en la Argentina el fenómeno del terrorismo marxista, responsable de innúmeros actos delictivos y sanguinarios, y causa eficiente de la guerra re­volucionaria, a la que toda Nación así agredida está obligada a enfrentar, aún con el concurso de sus Fuerzas Armadas. No fue un hecho aislado ni eventual ni azaroso ocurrido en nuestro pa­ís; fue parte de una planificada y cruenta operación extendida ­sucesiva y simultáneamente por toda América y por otras re­giones del mundo. La Argentina no vivió una guerra civil. Fue agredida desde las usinas internacionales del marxismo con el concurso de partisanos vernáculos.


3.- Se ha olvidado, en tercer lugar, que el susodicho terrorismo no fue sólo ni principalmente físico, sino psicológico, político, económico y moral, buscando como blanco antes las almas que las armas. El término subversión -hoy olvidado- da una idea exacta, en recta semántica, de lo que aquella planificada ofensiva comunista quería conseguir y consiguió. El terrorismo resultó derrotado, la subversión campea victoriosa, gobierna y justifica y legitima ahora a los terroristas. Este triunfo subversivo -que está instalado en todos los ámbitos, desde el universitario hasta el eclesiás­tico, desde el periodístico hasta el gubernamental- fue conse­cuencia directa de la imperdonable ceguera e ignorancia doctrinal de las Fuerzas Armadas, a través de sus sucesivos go­biernos, partícipes todos de las cosmovisión liberal, progresista y moderna de la política. Prefirieron proclamar que los argentinos eran de­rechos y humanos -pagando tributo a las categorías mentales del enemigo- cuando lo que correspondía era saber definirse con­trarrevolucionarios. Prefirieron tener por fin la democracia antes que la patria. La paradoja es que los titulares de aquellos gobiernos miopes y cómplices del error no son enjuiciados ni castigados, como debieran serlo, por causa de esta derrota contra la subversión, sino en razón de su victoria contra el terrorismo.


4.-Se ha olvidado en cuarto lugar, que tanto la subversión como el terrorismo contaron con el apoyo explícito e incondi­cional de las genéricamente llamadas agrupaciones internacio­nales de solidaridad. Principalmente de la célula Madres de Pla­za de Mayo, cuyas integrantes -que manejan ahora hasta el funcionamiento de una "universidad", y que han sido insensatamente promovidas, homenajeadas y hasta recibidas en los ámbitos presidenciales- no dejan posibi­lidad alguna de duda sobre sus propósitos a favor de la lucha armada. Tampo­co esto nos parece incoherente o lo más grave, sino el que se pretenda presentar a las Madres como modelos de la defensa de la vida y de la libertad. Hay que decirlo de una buena vez: Madres, Abuelas e Hijos son tres agrupaciones terroristas que gozan de impunidad, y hasta cuenta una de ellas con los subsidios estatales, llamados eufemísticamente indemnizaciones.


Si las cosas se hubieran hecho bien, si una inteligencia cris­tiana hubiera comandado aquellas acciones bélicas, y una vo­luntad auténticamente castrense las hubiera consumado, no habrían existido desaparecidos sino ajusticiados, como consecuencia de una límpida, pública y responsable ac­ción punitiva. Es posible, se dirá, que las Madres de Plaza de Ma­yo hubieran existido igual sin desaparecidos, pues su propósi­to institucional -quedó después en claro- no era recuperarlos sino apoyarlos y encubrirlos, desde la apelación a lo emocional hasta el uso de las armas. Pero si quienes libraron la guerra justa contra los rojos se hu­bieran abstenido de utilizar algunos de los mismos procedi­mientos perversos del adversario, su triunfo moral sobre ellos sería hoy apabullante e incuestionable.


5.-Se ha olvidado, en quinto lugar, que los soldados argen­tinos que combatieron en la ciudad o en los montes, bajo las formas más o menos clásicas de la guerra o las atípicas que el partisanismo impone, perdiendo por ello sus vidas o arries­gándose a perderlas, merecen la gratitud y el aplauso, el trato heroico y el reconocimiento de su valor. Ellos y sus familias vi­vieron múltiples peripecias y situaciones de riesgo, hasta que cayeron en combate o quedaron gravemente mutilados. Libra­ron el buen combate sin ensuciar sus uniformes ni sus conduc­tas. Sus nombres y los de las batallas en las que actuaron no pueden ser suprimidos de la memoria nacional, como vilmen­te viene sucediendo.


6.-Se ha olvidado, en sexto lugar, que no toda acción repre­siva es inmoral, y que aún del hecho de una represión ilícita no se sigue la inocencia de quienes la hayan padecido. Ambas co­sas sucedieron en nuestro país. Hubo una represión del terro­rismo perfectamente lícita y encuadrable dentro de los cánones de la guerra justa. Y hubo una represión -aconsejada por los eternos asesores de imagen que continuamente proporciona el poder mundial para estas ocasiones- que violó las normas éti­cas, siempre vigentes, aún en tiempos de conflagración, desna­turalizando aquella contienda y enlodando a quienes la ordena­ban. Mas por enorme que resulte el repudio a aquel modo torcido de reprimir el accionar terrorista, ello no convierte en inocentes a todos aquellos sobre los cuales se ejecutó, ni en torturadores a todos aquellos militares que pelearon. Sin mengua de que hayan podido resultar lesionados algunos inocentes, hubo culpables reprimidos lícitamente y culpables reprimidos ilícitamente. Pero lo más penoso, es que hubo grandes culpables protegidos. Después, y hasta hoy, ocuparían los cargos más altos del Estado. Las FF.AA deben responder por esta altísima traición a la patria.


7.-Se ha olvidado, en séptimo lugar, que no existió ninguna dictadura militar ni ningún genocidio. Debió existir la primera -posibilidad prevista en la vida política de una nación y en las formas gubernamentales de emergencia- como respuesta necesaria y oportuna a la situación extra-ordinaria que se vivía en­tonces. Contrariamente, las sucesivas cúpulas castrenses proce­sistas, se declararon en pro de "una democracia moderna, eficiente y estable", y se comportaron como una variante más del Régimen: la del partido militar. Hasta que trasladaron mansamente el poder al más conocido picapleitos del sanguinario jefe erpiano. La imagen de Bignone entregando satisfecho el mando a Alfonsín, defensor de Santucho, es el símbolo más elocuente de la inexis­tencia de dictadura castrense alguna, y la prueba más patética de la existencia de una connivencia oprobiosa entre aquellas mencionadas cúpulas procesistas y los mandos subversivos.


Así como no hubo dictadura no hubo genocidio, pues muertos por procedimientos lícitos o ilícitos, los guerrilleros abatidos no fueron perseguidos por cuestiones raciales o étni­cas, sino por constituir un ejército invasor, de raigambre internacionalista, durante una contien­da iniciada formalmente por ellos. Todas las comparaciones que se hacen entre el Proceso y el Nacionalsocialismo, resultan ridí­culas, falaces, desproporcionadas y carentes de sustento. Tanto por la falsificación que comporta de los hechos argentinos como por la exageración de los hechos ocurridos en la Alemania del Tercer Reich. La estúpida analogía no es más que propaganda roja para consumo de ignorantes y de mendaces.


> 8.-Se ha olvidado, en octavo lugar, que no hubo un terroris­mo de Estado sino una cobardía de Estado; del Estado Liberal concretamente, incapaz de hacerse responsable -con nombres y apellidos al pie de las sentencias- de las sanciones penales pú­blicas más drásticas, perfectamente aplicables en tiempos de guerra contra un invasor externo con apoyos nativos. Pero más allá de esta cobardía repudiable, no puede establecerse ninguna simetría entre el Estado agredido que justamente se defiende y preserva, y la acción disociadora de las células guerrilleras, que pretenden constituirse en un Es­tado dentro del Estado. Hubo acciones represivas del Estado Argentino perfectamente plausibles, como la intervención mili­tar en Tucumán con el Operativo Independencia. Y otras medrosas e indignas, según las cuales, la clandestinidad y la "ofensiva por izquierda" eran preferibles a la reacción diestra y nítida.


9.-Se ha olvidado, en noveno lugar, que no existieron cam­pos de concentración ni holocaustos de ninguna especie. Tan mal pudieron pasarla los guerrilleros detenidos como los se­cuestrados en las cárceles del pueblo. Los casos de Larrabure e Ibarzábal seguirán siendo terriblemente paradigmáticos al res­pecto.


La tortura es un procedimiento inmoral. Pero no existe un determinismo que convierte a todo militar en un torturador, si­no una naturaleza humana caída que puede degradar al hom­bre, cualquiera sea el bando al que pertenezca. La dialéctica que hace del militar un torturador y un secuestrador de criatu­ras y del guerrillero una víctima mansa e indefensa, no resiste la menor confrontación con la realidad y es parte constitutiva de una nueva y grosera leyenda negra. Pero también debe decirse que no toda medida de conten­ción física de un delincuente es tortura, y que resulta una hi­pocresía inadmisible exigir un trato humano después de ha­bérselo negado a otros.


10.-Se ha olvidado, en décimo lugar que no eran alegres utopías las que movilizaban a los cuadros guerrilleros sino un odio visible sostenido en una ideología intrínsecamente per­versa. No eran tampoco desprotegidos y desguarnecidos corderos, a merced de una jauría desenfrenada de soldados, sino tropas fríamente adiestradas y entrenadas para matar y morir. Ninguna inocencia los caracterizaba. Ningún atenuante los al­canza. Secuestraron y maltrataron a sus víctimas horrorosa­mente; extorsionaron y se desempeñaron como victimarios de su propio pueblo; practicaron el sadismo entre sus mismos compañeros de lucha; tuvieron sus centros clandestinos de detención; arrojaron a muchos jóvenes y hasta adolescentes al combate, utilizando después sus muertes como propaganda partidaria y como argumentos sentimentales contra la represión. Y no se privaron de escudarse en sus propios hijos para propiciar sus fugas o para cubrirse en las refriegas, dejándolos abandonados en no pocas ocasiones. Esos hijos por los que hoy reclaman, fueron, en no pocos casos, abandonados por sus mismos pa­dres, después de haberlos usado como coartada. No todo hijo de desaparecido fue arrancado de sus padres, adulterado en su identidad y entregado en tenencia a una familia sustituta. Mu­chos fueron abandonados por la pareja de guerrilleros que eventualmente los tenía consigo o que los habían engendrado. Y fueron recogidos, adoptados y criados con las mejores inten­ciones por simples ciudadanos o por abnegadas familias castrenses.


Queden señalados esquemáticamente estos olvidos. No son los únicos sino los que conviene recordar en los duros momentos ac­tuales. Queden señalados, porque recordar es un deber, y olvidar es una culpa. Queden señalados, porque sin la memoria intacta y alerta no se puede marchar al combate. Y el combate aún no ha terminado.



lunes, marzo 22

A jugar con tierra... (un respiro de inocencia en la Semana de la Vida). Nuestro aliento a los grupos Pro Vida que esta semana libran duros combates..


"La niñez es probablemente el más respetable estado de la vida humana, el más respetable y el menos respetado estado de nuestra vida. Porque nadie sabe respetar a la niñez… Nadie sino el Ángel de la Guarda. Sólo él sabe galoparle al lado y adelantársele cuando es necesario (que es el único sistema de educación realmente educativo). Sólo él conoce los derechos del recién nacido… Es que todos nosotros hemos olvidado la realidad de la niñez y su misterio… Desde lo alto de nuestros años, asistimos a ella como al desenvolvimiento de un tipo de animalidad distinto e inexplicable. Y el niño es inexplicable porque no queremos explicárnoslo; más aún, porque no queremos entrar en explicaciones con nosotros mismos, porque no queremos recordarnos niños, porque no nos atrevemos a enfrentarnos con nuestra propia naturalidad perdida y confesarnos traidores a ella, porque no nos atrevemos siquiera a mirar hacia atrás para ver qué se hizo de nuestro yo-niño que dejamos perdido en el bosque de los sueños; porque nosotros, los mayores, somos la representación de la cotidiana cobardía grotescamente satisfecha de solemnidad… El niño es el renovado colaborador de Dios en la tarea de la Creación. Él es quien descubre por sí solo a las creaturas y las alumbra con sus ojos, y, deslumbrándose con ellas, le pone a cada una su nombre particular. Él es quien cada día vivifica todas aquellas cosas a las que en cada ayer dieron muerte los cansados ojos del hombre. Él es quien cada mañana barniza de nuevo al mundo…"


Ignacio. B. Anzoátegui.


Chau.

Chau.

Dios los maldiga por abandonarlo a Él y a su Santa Iglesia.

Por enseñar doctrinas erróneas sin tener humildad para rectificarse.

Por confiar más en sus medios mezquinos que en la gracia santificante.


Son de cuarta.




martes, marzo 16

Ayer se cumplió un nuevo aniversario del fallecimiento del padre Castellani. Que Dios tenga en su Santa Gloria.


LA INJUSTICIA



El amor a los enemigos no excluye la lucha contra la injusticia que está en ellos; antes a veces la impone.


Capítulo III: La injusticia.


Hoy le saqué al viejo un artículo que escribió sobre la injusticia, aunque el título que le puso, para adaptarse al temario, fue Reflexiones sobre la justicia. Lo escribió para un certamen o juegos florales que hicieron en Brescia, para conmemorar el centenario de la aparición de la Psicología y la Ética de Rosmini, los hermanos del Instituto de la Caridad. Contra todo lo que presumíamos ¡sacó un accessit! Estaba tan contento de este modestísimo triunfo que se daba por satisfecho del trabajo de escribirlo en la cárcel sin libros y de haberlo traducido al italiano sin diccionario. El accessit no comportaba ni una sola lira; la honra tan sólo. Lo publicaron los hermanos en una revistucha con el pseudónimo de Aureliano Martínez Robles.


Aquí se ve lo que hubiera producido este viejo cascarudo de tener los incentivos normales que tiene un escritor en su vida; cuando en medio del desierto de hielo en que vive es capaz de sacar de sus entrañas, como una araña flaca, tal cual parsimoniosa tela.


Reflexiones sobre la Justicia.


La injusticia es el disolvente más tenaz que existe.


Una injusticia no reparada es una cosa inmortal.


Provoca naturalmente en el hombre el deseo de venganza, para restablecer el roto equilibrio; o bien la propensión a responder con otra injusticia; propensión que puede llegar hasta la perversidad, a través del afecto que llaman hoy resentimiento.


Es, pues, exactamente, un veneno moral.


Hay una sola manera de no sucumbir a sus efectos: ella consiste en aprovecharlos para robustecer en sí mismo la decisión de no ser jamás injusto con nadie. ¡Ni siquiera consigo mismo!


Con ayuda de los dolores que provoca en el alma la injusticia sufrida –que en los seres de gran temple moral son extremados-, hay que saber ver la fealdad y la deformidad de las propias injusticias-posibles, pasadas y futuras; y de la injusticia en sí.


El que ha sufrido una gran injusticia en sí mismo, y no ha respondido con otra, no necesita muchas consideraciones para contemplar el punto de San Ignacio de Loyola: “considerar la fealdad del pecado en sí mismo, aun dado caso que no estuviese prohibido”. Vemos la fealdad del pecado más fácilmente cuando otro nos lo inflige, que cuando nosotros lo inflingimos.


Devolver injusticia por injusticia, o golpe por golpe, no remedia nada. La venganza, que dicen es “el placer de los dioses”, es un placer solitario y estéril. La vindicta es el placer de los dioses, así como el quijotismo es su deporte.


Nada más común en nuestra época que la indignación por la injusticia: es una de las características de ella. Esa indignación es natural; y nadie dirá que sea mala. Pero el remedio que se busca ordinariamente es malo, porque casi siempre implica otra injusticia.


Repartir la tierra a los campesinos: para eso hay que arrebatarla primero por la violencia –y con injusticia en muchos casos- a los boyardos. Los boyardos cometían injusticias con los mujicks; sea: los tenían reducidos a un estado de primitivismo, les sustraían quizá el salario justo, pecado que según el catecismo “clama al cielo”.


Pero el bolchevismo, que usó como instrumento político el estribillo “¡la tierra a quien la trabaja!” ha acabado por socializar la tierra y convertir al Estado en el Gran Boyardo, de manos más duras y corazón más pétreo que todos los otros juntos.


Pagar con una injusticia la injusticia aumenta la injusticia. El péndulo empujado de un extremo se va al otro; y comienza el movimiento interminable del mal, “el abundar la iniquidad”, que dijo Cristo destruiría en los últimos tiempos hasta la misma convivencia.


Esta actitud de digerir la injusticia resulta a la postre la mejor venganza. En efecto ¿qué se propone el odio? El odio se propone –o buscar inconscientemente, pues hay odios inconscientes- esencialmente destruir. ¿Qué es mejor venganza que ofrecerle el resultado contrario, el ensanchamiento del alma propia, la purificación y mejora de la vitalidad interna?


Pero ¿dónde está la alquimia que convierta ese veneno en medicina y alimento?


“La ponzoña más dura y obstinada

es la injusticia social...

Una injusticia que no es reparada

es una cosa inmortal...”.


Si ¿dónde está el medio? Séneca decía: “Si alguien te ofende no te vengues: si el ofensor es más fuerte que tú, tenle miedo; si es más débil, tenle lástima”.


Esta consideración, pronunciada a un hombre bajo el peso de una injusticia real y seria, tiene la virtud de ponerlo prodigiosamente furioso.


El medio de digerir la injusticia es un secreto del cristianismo. Es la actitud heroica, y aparentemente imposible a las fuerzas humanas, devolver bien por mal, de bendecir a los que nos maldicen.


El Evangelio contiene muchos secretos, muchos abismos de filosofía moral. El Evangelio asume a Séneca a las alturas de la eficacia total.


Las fuerzas psicológicas del hombre son limitadas y pueden sucumbir a un gran dolor moral.


“Consolar al triste...” – y eso no con palabras sino con ayuda verdadera, es la mayor de las obras de misericordia.


Un gran dolor moral no consiste en un conjunto de imágenes lúgubres que se pueden espantar o apartar con reflexiones, distracciones o palabrería devota, como creen los santulones. Es pura y simplemente una herida, a veces una convulsión y una tormenta, que puede descuajar el alma y romperle sus raíces.


Un gran dolor no pasa nunca como un nublado tras del cual nace el sol, según la manida metáfora. Penetra en el alma, la cambia, se incorpora a ella y permanece ya para siempre. ¿En que forma permanece, como veneno o como espuela? Ese es el problema.


Un golpe grande que carezca del adecuado lenitivo puede desmoralizar para siempre a un hombre, intimidarlo, anularlo –y aun amargarlo y pervertirlo. Ése es su gran efecto natural. Recordemos al Sylas Marner de la gran novelista inglesa María Evans.


Todos los remedios de la filosofía, elaborados tan sabiamente por Séneca y Boecio, son de efecto local; y en los casos graves son del todo insuficientes. Sólo el amor cura las heridas del alma. Y sólo un amor sin medida las heridas desmedidas.


Cristo amó a la humanidad de ese modo.


El amor del prójimo es el único remedio de la injusticia social; pero el amor que trajo Cristo es un amor desmedido. Él le señaló caracteres enteramente excepcionales: tiene que ser de obras más que de palabras, tiene que llegar hasta a amar al enemigo, y dar la vida por el amigo.


Y para diferenciarlo de la caridad farisaica, el Maestro señaló su raíz, que es la justicia, y su flor, que es la misericordia. “Dais limosnas, pero habéis abandonado lo fundamental de la Ley, que es la misericordia y la justicia...”.


En este gran remedio del veneno de la injusticia, que es ahogarla en el amor, se cumple quizá la promesa de Cristo a sus discípulos: “Et si mortiferum quid biberint, nihil eis nocebit”. Beberéis venenos y no os harán ningún daño. El resentimiento es literalmente un veneno.


Esto no nos fue dicho, obviamente, para que bebamos cianuro a ver qué pasa, sino para que tengamos confianza cuando nos sintamos psíquicamente envenenados.


Éste es el milagro que dijo Cristo harían sus discípulos “mayores de los que Él hizo”. Claro que él también lo hizo primero.


Pero qué gracia, Él era Él.


Amar a los enemigos parece imposible psicológicamente; sobre todo cuando uno los tiene; y más aún cuando los tiene encima. No se puede aprehender a la vez a un hombre como enemigo y como amable; y nuestro amor depende de nuestra aprehensión. No puedo amar sino lo que es “bueno para mí”.


Además, parecería que eso de amar a todos destruye la actividad moral, paraliza la lucha contra el mal, infunde una apatía y una inercia budista, convierte a la sociedad en una tropa de borregos silenciosos o dulzones.


Pero hay que advertir, al que hiciere estas objeciones tolstoyanas o gándhicas, tres cosas:


Jesucristo no dijo que “no hay enemigos” como Buda; al mandarnos amar aún a nuestros enemigos, implica esa gran división entre los hombres, y no deroga el natural amor a los amigos, mayor que a los enemigos.


Jesucristo no dijo: amad más a vuestros enemigos o amadlos igual que a vuestros amigos… Eso sería contra el orden de la caridad, cualesquiera sean las expresiones acaloradas de los santos, cuando tomados de la locura de la Cruz parecerían a veces expresar lo contrario.


Jesucristo dijo: “Amad a vuestros enemigos”: pero no dijo: Poneos en las manos de vuestros enemigos.


Cuando no hay jueces capaces de irrumpir contra la iniquidad cunde la injusticia, se propala el resentimiento y se vuelve casi imposible la convivencia. Esto profetizó claramente nuestro Redentor: “Porque abundó la iniquidad se resfrió la claridad en la mayoría”. Como una de las partes de la claridad es la amistad cívica, que Aristóteles explica es la base de la convivencia, se sigue que el resentimiento vuelto plaga endémica pone a la sociedad en condiciones casi invivibles. Eso es lo que esta pasando hoy.


El resentimiento esa especio de rencor abstracto ha sido bastante explicado por Nietzsche y Max Scheler para ser ignorado por nadie. Basta abrir los ojos, tropezamos con él a cada paso.


El “resentimiento”, así con comillas, no es vulgar rencor, odio o despecho; es indignación reprimida mal o insuficientemente, por fuerza y no por razón, que se irradia concentricamente de objeto en objeto y de zona en zona anímica, hasta contaminar, cosa curiosa, el mismo entendimiento. Hay hoy día ideologías de resentidos expuestos en lenguaje científico y con las mayores apariencias de objetividad. Max Scheler ha descubierto el resentimiento en las ideologías socialistas, en muchas herejías medioevales, en la apostasía del emperador Juliano –en lo cual le precedió la aguda observación de San Gregorio- y hasta en el libro DE CONTEMPTU MUNDI del Papa Inocencio II.


Pero esta definición del resentimiento y su análisis en:


Indignación por una ofensa

represión violenta,

tristeza,

ansia de vindicta o venganza,

desplazamiento concéntrico a objetos lejanos

irradie sentimental

contaminación intelectual


son cosas pedantes. Bergson lo definiría rápidamente:


ira ulcerada o bien

rencor en septicemia.


Esta septicemia no tiene más penicilina que una gran inyección de amor tan tremenda que sólo es posible por la Fe y por la Gracia –ayudados de intermediarios humanos, como suele Dios hacer sus cosas. “Dios y ayuda” como dicen en España.


El amor a los enemigos no excluye la lucha contra la injusticia que está en ellos; antes a veces la impone.


Hay algunos que tienen la misión o el deber profesional de luchar por la justicia. Sea que ella nos alcance personalmente o no, la injusticia es un mal terrible, perceptible a los que poseen el sentido moral –sexto sentido que diferencia al noble del plebeyo- y luchar contra ella es obra de procomún, aunque en ocasiones parezca como una locura. Don Quijote tuvo esa locura, que en el ideal caballeresco, creado por la Iglesia en Europa, no era locura.


Decía uno:


Dios que permitiste contra

mí, la mayor injusticia

y vida nueva y caricia

me das ¿para qué? ¡Recontra!

Tu ley santa me confronta,

primero perdonaré

y después olvidaré

y habiendo vida y milicia

lucharé por la justicia

y un día veremos qué.


Hombres hay que la injusticia

no pueden tragar ni ver

pues los enferma, anoser

que luchen por la justicia

morirían de ictericia

si no luchan. Dejenlós

quijotes los llaman los

emboscados, que son tantos

ellos son locos o santos.

a mi me hizo de ellos Dios.


Unos locos y otros santos

son; y otros entreverados

yo nací por mis pecados

de estos que hoy ya no son tantos.

Llena de lacras y espantos

esta época no los pare

quien hallarlos deseare

no vaya a cortes de rey

porque ellos nacieron buey

¿y a dónde irá el buey que no are?...


Los que tienen el deber profesional de luchar por la justicia son los jueces (los juristas), los gobernantes (los pastores) y los soldados (los guerreros). Desgraciadamente la época moderna ha transformado a los jueces en máquinas, a los gobernantes en economistas y a los soldados en militares; y padecemos una gran escasez de caballeros andantes.


Los caballeros andantes son los que tienen, más que el deber profesional, la pasión, la manía y el vicio de la justicia. Esta disposición natural –sea temperamental, sea adquirida- de suyo debería coincidir con el deber profesional; de hecho hoy día andan los dos a veces separados. De suyo, así como sacerdotes deberían ser ordenados los que tienen carismas, así jueces deberían ser nombrados los que tienen quijotismo, como pide la ESCRITURA: (ECLI., VII-6) “Noli quarere fieri judex, nisi valeas virtute irrumpere in iniquitates; ne forte extimescas faciem potentis, et ponas scandalum in cequitate tua”. El juez débil no sólo no hace bien, pero causa escándalo: porque se espanta a la faz del potente; por lo cuál, el hagiógrafo pide al que quiere ser hecho juez –o gobernante- que tenga “fuerza para atropellar la iniquidad”; y simplemente disuade a todos de “buscar ser nombrados magistrados”.


Las reinas de la Edad Media se hacían perdonar de los leprosos la pompa y la alegría de una época quizá más feliz que la nuestra –pues tenía reinas santas en lugar de “estrellas” de cine- besándoles las llagas. Hoy día los leprosos se tienen que contentar con autógrafos. Rita Hayworth ha visitado el Leprosario de Barcelona. Los diarios de hoy lo cuentan; y cuentan una anécdota. Dicen que la Rita (la Gilda) recorrió el lazareto acompañada de una monjita joven y no mal parecida, que allí presta sus servicios. Al salir se volvió a ella y le dijo:


-Hermana, yo no haría lo que usted hace aquí por un millón de dólares.


La española le contestó muy templada:


-Yo tampoco.


Esta anécdota es muy vieja: me la contaba a mí mi difunta abuela cuando yo era niño de teta.


La represión del natural deseo de venganza por razones intelectuales o por amor de Dios produce en alma esa “hambre y sed de justicia” a la cual se prometió la bienaventuranza. Ella es la sublimación del rencor y de la natural pasión por la vindicta; pasión por el restablecimiento del equilibrio moral. El odio a la injusticia padecida se convierte en horror de la injusticia padecida por los otros. Los sentimientos heridos no se cicatrizan –como pasa por el olvido en las heridas pequeñas- sino que comienzan, como si dijéramos, a sangrar hacia arriba. Por eso nuestro Salvador lo comparó a una pasión tan pertinaz y luchadora como el hambre.


“Esto que me ha pasado jamás cicatrizará”, se oye decir a veces: “Sí que cicatrizará” es la respuesta vulgar, a veces falsa. Tiene razón el herido muchas veces. La respuesta exacta es: “Conviértete en un herido de Dios, deja a tras a los hombres. Sé místicamente cruel contigo mismo”.


Esa herida siempre abierta nos hace solidarios del dolor del mundo; nos establece en comunidad con todos los que sufren; y hacerse solidario del dolor del mundo fruto del pecado fue la razón de tomar cuerpo y naturaleza humana el Verbo de Dios. Hombre sin pecado. San Pablo decía que llevaba en su cuerpo los estigmas del Cuerpo de Cristo: y que su vida real estaba escondida con Cristo en Dios. Hombre en medio de los hombres, capaz de interesarse por todo lo que era humano, lleno de virtudes sociales, o como dicen hoy, de “humanismo”, ganándose el pan con sus manos y predicando la salvación con desinterés sumo y en medio de riesgos y molestias indecibles, el Apóstol de los Romanos, llevaba escondida su llaga secreta, que era la razón de su poder. “Mi debilidad es la razón de mi fuerza”. “Cum infirmor tunc fortior sum” (“Cuando soy débil es cuando soy más fuerte”).


Nunca fue más fuerte que cuando atadas las manos, inclinó el cuello a la segur del verdugo. Entonces fue saciada su sed de justicia y las palabras de sus cartas, pasadas de sangre, se volvieron eternas.


Todo esto es más o menos sabido, pluguiera a Dios que fuese practicado. Que esta época es dura e injusta, todos lo dicen. Que esta época es la peor época que ha existido, lo han dicho hombres parecidos a nosotros en todas las épocas.


Lo que interesa sería saber qué va a salir de todo esto.


Pues bien, no pueden salir más que dos cosas, o una restauración de la justicia o la ruina total de la convivencia.


O se produce una gran efusión de amor fraterno, que habrá de tener caracteres casi milagrosos, por el cual sea restaurada la justicia en todas partes, arriba y abajo, en la Iglesia lo mismo que en el Estado, en la sociedad y en la familia, en la vida pública, en el comercio y en el trabajo, en las leyes externas y en el corazón de los hombres –que es de donde todo lo demás brota…


O las actuales de condiciones de iniquidad campante y triunfante se continúan y multiplican, prevalecen de más en más los sin corazón y sin ley –“sine afectione absque foedere, sine misericordia”- se produce un universal e implacable sálvese quien pueda y las masas egoístas y atemorizadas caen bajo el poder de los tiranos violentos y mistificadores sutiles, o de esa mezcla de ambos que ha de ser el Gran Emperador Plebeyo; ese “Hombre de la Iniquidad” que hace ya dos mil años la Cristiandad apoda con el dictado apostólico de Anticristo.


Aureliano Martínez Robles.




CASTELLANI, Leonardo: Los papeles de Benjamín Benavides. Bs. As., Dictio, 1978, Parte Cuarta, Cap. III.