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domingo, agosto 29

Sobre las Leyendas Negras en la Historia de la Iglesia.


El anticatolicismo llegó a ser, con el tiempo, parte integral de la cultura inglesa, holandesa o escandinava. Escritores y libelistas se esforzaron por inventar mil ejemplos de la vileza y perfidia papista, y difundieron por Europa la idea de que la Iglesia católica era la sede del Anticristo, de la ignorancia y del fanatismo.


Sobre las Leyendas Negras en la Historia de la Iglesia.


Visto y tomado de: Las Cruces de las Espadas.


Cuando se aborda la historia de la Iglesia católica, tarde o temprano nos encontraremos con el fenómeno historiográfico que se ha dado en llamar leyenda negra. Ésta consiste en una labor de propaganda, de desinformación, que, a través de la presentación tendenciosa de los hechos históricos, bajo la apariencia de objetividad y de rigor histórico o científico, procura crear una opinión pública, bien anticlerical, bien anticatólica. Por eso se aparta de lo que podría aceptarse como una simple crítica, una denuncia honesta y rigurosa de los errores cometidos por los miembros de la Iglesia, dando en cambio una imagen voluntariamente distorsionada del pasado de la Iglesia, para convertirla en una descalificación global de una misión milenaria, tanto antes como, sobre todo, en la actualidad.


La leyenda negra de la Iglesia no es un asunto baladí que deba ser objeto de preocupación sólo para los historiadores. Lo cierto es que todos los católicos nos jugamos mucho en la lucha contra sus manipulaciones. Y es que la descalificación global de esta institución religiosa a largo de toda su historia compromete seriamente ante la opinión pública su legitimidad social y moral de cara al futuro. Un fenómeno reciente como la polvareda social levantada por la novela El Código Da Vinci resulta ser un magnífico ejemplo del peligro que la manipulación de la historia de la Iglesia entraña para su acción pastoral actual.


Los ataques, desde antiguo


En realidad, los ataques demagógicos y panfletarios contra el pasado y el presente de la Iglesia datan de muy antiguo. En efecto, podemos encontrar diatribas furibundas contra el cristianismo católico por parte de autores paganos grecorromanos (Celso, Zósimo, Juliano el Apóstata…), de los diferentes heresiarcas medievales y de los polemistas judíos y musulmanes. Pero la polémica anticatólica se acentuó y cobró una especial virulencia en la segunda mitad del siglo XVI, cuando las discusiones entre católicos y protestantes invadieron también el campo historiográfico y literario, surgiendo entonces todo un modelo de difamación sistemática de la Iglesia.


Más en concreto, encontramos el origen del discurso anticatólico actual en la llamada leyenda negra, un conjunto de acusaciones contra la Iglesia y la monarquía hispánica que se generó y se desarrolló en Inglaterra y Holanda, en el curso de la lucha entre Felipe II y los protestantes.


El anticatolicismo llegó a ser, con el tiempo, parte integral de la cultura inglesa, holandesa o escandinava. Escritores y libelistas se esforzaron por inventar mil ejemplos de la vileza y perfidia papista, y difundieron por Europa la idea de que la Iglesia católica era la sede del Anticristo, de la ignorancia y del fanatismo. Tal idea se generalizó en el siglo XVIII, a lo largo y ancho de la Europa iluminista y petulante de la Ilustración, señalando a la Iglesia como causa principal de la degradación cultural de los países que habían permanecido católicos.


En los prejuicios difundidos sobre la historia de la Iglesia se observan dos elementos básicos y, en no pocas ocasiones, íntimamente entremezclados: la visión de la Iglesia medieval y moderna como una institución oscurantista, reaccionaria y enemiga de todo progreso intelectual o social; y su caricaturización como una fuerza represiva e intolerante, enemiga de los derechos humanos y promotora de las Cruzadas y la Inquisición.


Se suele afirmar, por ejemplo, que las Cruzadas fueron guerras de agresión provocadas contra un mundo musulmán pacífico. Esta afirmación es completamente errónea. Ahora mismo tenemos en nuestras pantallas una película, El reino de los cielos, bastante proclive a esta angelización de los musulmanes del medievo. Pero lo cierto es que, desde los mismos tiempos de Mahoma, los musulmanes habían intentado conquistar el mundo cristiano. E incluso habían obtenido éxitos notables. Tras varios siglos de continuas conquistas, los ejércitos musulmanes dominaban todo el norte de África, Oriente Medio, Asia Menor y gran parte de España. En otras palabras, a finales del siglo XI, las fuerzas islámicas habían conquistado dos terceras partes del mundo cristiano: Palestina, la tierra de Jesucristo; Egipto, donde nace el cristianismo monástico; Asia Menor, donde san Pablo había plantado las semillas de las primeras comunidades cristianas... Estos lugares no estaban en la periferia de la cristiandad, sino que eran su verdadero centro.



¡Así se escribe la Historia!


Otro lugar común de la leyenda negra anticatólica es –no podía ser de otro modo– la acción de la Inquisición en la Edad Media y la Moderna. Por ejemplo, todo el mundo ha oído hablar del caso de Galileo Galilei, casi siempre de modo deformado, ya que no se suele explicar que el sabio italiano apenas sufrió otro castigo que un cómodo arresto domiciliario en un palacio cardenalicio. Por el contrario, son pocos los colegiales que saben que Antoine Lavoisier, uno de los fundadores de la Química, fue guillotinado a causa de sus ideas políticas, por un tribunal durante el Terror jacobino, al grito de ¡La Revolución no necesita científicos! No olvidemos tampoco que, en Ginebra –la Meca del protestantismo–, Juan Calvino no dudó en mandar a la hoguera al ilustre descubridor de la circulación de la sangre, nuestro compatriota Miguel Servet. El científico aragonés fue tan sólo una de las quinientas víctimas de diez años de intolerancia calvinista en una ciudad con apenas diez mil habitantes. Con esta proporción brutal de represaliados, la Inquisición española habría debido quemar ¡un millón de personas cada siglo! –en realidad, fueron tres mil en trescientos años–. Aun así, Torquemada ha pasado al argot popular como sinónimo de intolerancia, y Calvino es ponderado por muchos como uno de los padres de las democracias liberales del norte de Europa.


Un ejemplo reciente de cómo la leyenda negra ha cobrado nuevos bríos últimamente lo hallamos en el ya mencionado Código Da Vinci. Su autor, Dan Brown, deja caer que la Iglesia habría quemado a cinco millones de brujas (p. 158), cuando todos los especialistas, con Brian Pavlac a la cabeza, limitan la cifra a 30.000, a lo sumo, para el período 1400-1800 (por cierto, el 90% víctimas de la Inquisición protestante, y no de la católica).


Esto conecta con el ominoso concepto de Gendercide (genocidio de las mujeres), que han acuñado el feminismo y el lesbianismo radicales en las universidades norteamericanas. Esto es, la criminalización de la Iglesia católica, que cargaría con una mancha histórica tan negra como el Holocausto nazi. De la misma forma que el nazismo ha quedado desacreditado para siempre jamás por su ejecutoria asesina contra los judíos, la Iglesia carecería de toda legitimidad como institución por su pasado criminal en relación a las mujeres. Barbaridades como ésta se leen y se escuchan en algunos departamentos de Gender studies de los Estados Unidos.


No en vano, el Código Da Vinci se basa en una serie de absurdas creencias neo-gnósticas y feministas que entran en oposición directa no sólo con el cristianismo, sino con la Historia académica tal y como es enseñada en todas las universidades respetables del mundo. Mucho se ha hablado de la inverosímil hipótesis de Dan Brown de que Cristo y María Magdalena estaban casados y tuvieron descendencia, pero eso sólo es la punta de un iceberg de disparates. Convenientemente camufladas tras la atractiva trama narrativa propia de un thriller policíaco, el autor va deslizando aquí y allá ideas propias de una cosmovisión que enseña que el cristianismo es una mentira violenta y sangrienta, que la Iglesia católica es una institución siniestra y misógina, y que la verdad es, en última instancia, creación y producto de cada persona.


La realidad, como es


Volviendo al espinoso asunto de la Inquisición, si queremos ser rigurosos, hay que señalar que el Santo Oficio era un tribunal dedicado a investigar si entre los católicos había herejes, un tema gravísimo entonces, al que ahora no se da importancia porque las sociedades no son confesionales. Pero es que entonces las disputas teológicas daban lugar a guerras y conmociones sin cuento (las guerras de religión en Europa provocaron un millón de muertos entre 1517 y 1648). Por consiguiente, la Inquisición era un instrumento básico para el mantenimiento de la paz en un reino. Por otro lado, un hecho no suficientemente conocido es que la Inquisición no tenía jurisdicción alguna sobre los no bautizados. Por tanto, ni judíos ni musulmanes podían ser juzgados, detenidos o acosados por la Inquisición.
Ciertamente, el Santo Oficio usaba el tormento como todos los tribunales de la época, pero generalmente con mayores garantías procesales, ya que se realizaba siempre en presencia del notario, los jueces y un médico, y sin que se pudieran causar al reo mutilaciones, quebrantamiento de huesos, derramamiento de sangre ni lesiones irreparables. Finalmente, hay que llamar la atención sobre el hecho de que la mayoría de las penas eran de tipo canónico, como oraciones o penitencias. Las condenas a muerte fueron rarísimas, y sólo en casos muy graves sin arrepentimiento, pues si había arrepentimiento había indulgencia con el reo. Como ya se ha dicho, en sus tres siglos de historia, la Inquisición ajustició a unos 3.000 reos (de un total de 200.000 procesados). Esta cifra, con ser alta, representa tan sólo la décima parte de los asesinados en Francia por el régimen del Terror jacobino en el periodo 1792-1795. Es decir, en tan sólo tres años, los hijos de la Ilustración iluminista habían multiplicado por diez las víctimas fruto de trescientos años de actuación de la Inquisición católica. ¿Y quien se atreve hoy en día a mentarle este hecho a un defensor de la democracia liberal, cuyos fundamentos mismos sentó la Revolución Francesa? ¿Por qué, entonces, tenemos los católicos que aguantar día sí día también que algunos sectarios nos recuerdan la Inquisición cada vez que nos identificamos como hijos de la Santa Madre Iglesia?


Alejandro Rodríguez de la Peña

domingo, agosto 22

De la muerte en las calles y el menosprecio de Dios.



Esta gente debiera de pasar un año entero en penitencia. 6 meses en oración ante el Santísimo, terminando con confesión general. 6 meses enseñando catequesis en un Penal, para que vean lo que han conseguido entre los jóvenes por abandonar la enseñanza de la Fe y de las buenas costumbres.

…nuestra respuesta a tanta malicia que se ciñe por los ya turbios cielos de la Patria no puede ser la de los folletitos, es hora de fortalecer los grupos de formación y militancia.


De la muerte en las calles y el menosprecio de Dios.


Si lo que me dice el fraile es cierto, y su amigo de la Secretaría del Vaticano es tan pero tan importante, es evidente que en Roma están calientes con los monseñores inoperantes de Argentina. Y no confían en el Nuncio. Y quieren informantes alternativos, como el fraile. Pero aún si no tuvieran a quién consultar en Argentina, bastaría con leer los diarios para llegar a la conclusión de que la Conferencia Episcopal Argentina vive en una nube de pedos y se agota en reuniones estériles, inútiles y perjudiciales. Porque aparte de desviar el tema de atención: que declararon en la jeta de Bergoglio y los Obispos una ley de maricones que es ultrajante y destructora de todo el poco rastro de dignidad que le quedaba al país, sin tener las pelotas suficientes para hacerse cargo del grave error cometido en años y años de abandono del combate, aparte se dan el lujo de agregar temas a la agenda, que lejos de ayudar, indignan más a este cronista: son los temas de la inseguridad y el aborto.


Digo que indignan más porque lejos de desviar el problema, se autoperjudican. Añaden a un fracaso, otro peor, como es el de la seguridad, y uno que se viene perdiendo abiertamente, como es el del aborto.


Pero nos detengamos un momento en cada uno.


En cuanto a la inseguridad, toda palabra es superflua, los hechos se nos presentan en dantesco espectáculo. Se ha perdido la soberanía y la posibilidad siquiera remota de caminar libremente por una calle. En la era de las escuelas públicas a montones y de los derechos civiles, algo tan simple como trasladarse a una plaza, tomar un colectivo, salir en el auto o volver del trabajo representa una aventura osada y peligrosa. La muerte se ha banalizado y la tragedia es el pan del día. En esta semana sola se podría armar un compendio claro y horroroso. “Matan a un policía a balazos frente a su familia”. “Salió a trabajar en moto y se llevó por delante un colectivo y murió. No llevaba casco”. “Le prendió fuego a su novia”. “El entregador de Carolina Píparo declaró que lo hizo por mil pesos”. ¡Por mil pesos que asesinen a una chica! Se ve a las claras que el problema no son los ladrones, sino que la violencia y la vida frenética son los causantes de tanta locura. Matar está a la mano del pibe de 14 años que se droga, del veterano mafioso o del imbécil del novio despechado. Y no hay reparos de conciencia. Es espantoso. Y decimos que este tema es también un fracaso de los Obispos porque en diez años no hay cuestión que no haya sido tan recurrente como los problemas sociales en la prédica vacía de los prelados. ¿Qué consiguieron en este campo?


"La inseguridad genera una sensación de desamparo que preocupa a todos" dice Oesterheld.


Que se vayan a cagar. Que admitan el fracaso.


Esta gente debiera de pasar un año entero en penitencia. 6 meses en oración ante el Santísimo, terminando con confesión general. 6 meses enseñando catequesis en un Penal, para que vean lo que han conseguido entre los jóvenes por abandonar la enseñanza de la Fe y de las buenas costumbres.


Con respecto al aborto, hemos presenciado en estas semanas, una pegatina masiva de afiches en lo que se ha denominado “campaña de concientización sobre la nuevos proyectos de ley”. Sin valorar el contenido de los carteles, que oscila entre los que están bien realizados y los mediocres, es terrible ver que la lucha que piensa entablar la Conferencia Episcopal Argentina se resume en pegar carteles por el centro. Los enemigos, dueños de la gran prensa, propietarios de cuantiosas fortunas destinadas a campañas publicitarias, instalados en la TV, la radio, las universidades, los colegios, con un trabajo y una dedicación full time se deben destartalar de la risa al pensar que toda la “cruzada” de la CEA quedará en panfletos.


Nosotros, lamentablemente, no podemos reírnos. Pero pensamos que si ésta es la única solución a adoptar, estamos fritos, y el camino al fracaso es seguro.


Pero queda, como siempre, la esperanza de los buenos. De estas últimas marchas y manifestaciones en que muchos católicos han despertado de un largo sueño, se han suscitado nuevas vocaciones al combate. Y como nuestra respuesta a tanta malicia que se ciñe por los ya turbios cielos de la Patria no puede ser la de los folletitos, es hora de fortalecer los grupos de formación y militancia.


Dónde no existan, que se funden grupos de estudios. Los domingos deben ser los días de catequesis y doctrina. Los padres que destinen el domingo para la lección del catecismo. Que la Televisión Pública y el Torneo Apertura se vayan a la mierda. Los niños deben aprender y fortalecerse en la Fe. En la semana hay que reunir a las familias que han participados de las marchas, y prepararlas para lo peor. Hay que saberse en guerra. Estudiar y aprender cada vez más de las cosas de la Patria y la Iglesia. Los grupos de militancia deben prepararse para chocar en la escuela. Ganar los profesores que más se puedan. La Educación Argentina tiene deficiencias graves: ¿Qué pasaría si se abandona de forma masiva las clases de ecuación sexual? Imprecar en clase a los docentes que se atrevan a injuriar la Iglesia. Levantarse e irse de los cursos. Hacerse respetar en la oficina. Es hora de acción, no exenta de vergüenza y persecución.


Lógico, estas palabras seguirán siendo una locura para el católico liberal y mistongo. Pero si tan sólo algún benévolo lector encontrara sentido en ellas… Pero eso ya es cosa de Dios Nuestro Señor. Mientras tanto, vamos concluyendo por hoy.


El título de esta editorial hacia referencia a “La muerte en las calles”, novela de don Manuel Gálvez. Obviamente que la situación es la diametralmente opuesta. Los que murieron en aquellas calles de los años 1806 y 1807 tuvieron la muerte heroica en la defensa de la Patria agredida. Pero hoy la muerte es desgraciada, absurda, y… al alcance de la mano. Aquella muerte de las Invasiones Inglesas tuvo finalmente a Dios como garante del sacrificio. Hoy intentemos que sea igual. Que no nos mate un chorro para quitarnos el celular. Perdamos la vida combatiendo la perversión y el vicio enseñoreado en nuestra pobre y triste Patria. Y Dios –lo ha prometido- no nos dará la espalda.





martes, agosto 17

A 160 años del Paso a la Inmortalidad del Gral. Don José de San Martín.


¡Presentes, General,

Con la patria ganada y el acento inmortal!




Oda al General San Martín


Por Ignacio B. Anzoátegui


¡Presentes, General,

Con la patria ganada y el acento inmortal!


Con usted los que fuimos tres o cuatro patriotas,

con usted los que somos varios cientos de miles,

Los de la patria pura, los que en la sangre viven

una patria sin dividendos de ferrocarriles,


Los que tuvimos la fortuna

De jugar en la mesa de la historia nuestra moneda inoportuna,


Los que tuvimos la limpieza –la limpieza de sangre y de intenciones-

De jugarnos el todo por el todo, cargados de pobreza y de razones,


Los que afirmamos la teoría

De que la patria no era ni sería una dependencia de la Masonería.


Los que sabemos que los pueblos tienen, como los hombres

su rendición de cuentas y su Juicio Final,

Los de la patria limpia, ¡con usted General!


Para la patria el aire de los siglos y la corazonada de la gloria

Y el silencio del águila bicéfala que vigila los pormenores de la historia;


Para la patria mía, que es bandada y bandera,

Para la antigua patria, que es pira y primavera,


La bandera en el cielo y en la luz el laurel,

Primavera de pólvora, paloma de cuartel.


Para la patria el alto sentido de la vida que se encierra

En la paz merecida y en la dignidad de la guerra


(De la guerra que haremos –si nos faltan aviones la haremos con soldados

Cuando estemos verdaderamente enojados).


Para la patria el claro sentido de la muerte, para la patria clara

Que es capaz de jugarse contra el miedo, a tiros y a sablazos, cara a cara,


Su honor y su alegría contra sus intereses

(Y si no que lo digan con banderas de luto los ingleses).


Para la patria todo lo que la patria pide:

Que la alegría no entra en componendas y el honor no se mide.


Para ella la nieve arrebatada y el aura del jardín

Y la herida y el canto y el clavel y el clarín.


Los que vivimos la alegría

De pedir cada día honradamente nuestro poco de pan

y nuestro poco de poesía,


Los que tenemos el consuelo

De saber que la patria es un ensayo de esperanza y de cielo,


Los de la patria antigua y el acento inmortal,

Los de la sangre limpia, ¡con usted, General!


lunes, agosto 16

Con los pies sobre la tierra.


La suerte no lo favoreció, ni a él ni a su patria, para que su genio, manejando los inmensos recursos que ésta tenía, le permitiesen crear la gran potencia mundial que estaba al alcance de su ambición.


San Martín no era un ideólogo.


Julio IRAZUSTA: San Martín no era un ideólogo. En: Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Bs. As., Nº 56, julio-septiembre de 1999.


Por lo que podemos apreciar no sólo el vuelo de su pensamiento y la maestría con que trazaba sus planes y los ejecutaba, sino también por su literatura epistolar sobre la política y la guerra, estamos seguros de que su espíritu estaba abierto a todas las innovaciones que se debatían en los principales centros culturales de Europa. Dejemos de lado la preocupación de establecer una bibliografía completa para especular sobre la índole de sus lecturas. Nos basta con saber que uno de sus libros de cabecera fue el Ensayo general de táctica, del conde Guibert, uno de los componentes más distinguidos de la escuela militar francesa del siglo XVIII, la que según Lidell Hart puede considerarse la mejor de todos los tiempos.


El gran historiador militar lo califica como el “profeta de la movilidad”. No es que el autor del ensayo fuera el primer reformador del arte de la guerra, en el sentido de una mayor agilidad en la organización del ejército, destinada a darle capacidad y rapidez de maniobra. En verdad las reformas propuestas se elaboraban y practicaban entre Mauricio de Sajonia, Bourcet, Maillbois, etc., desde los comienzos del siglo. Pero Guibert las expuso de modo más relevante y persuasivo, enriqueciéndolas con anticipaciones sobre acontecimientos que están en germen en el seno de la sociedad francesa.


A la formación intelectual pronto agregaría San Martín la práctica de las operaciones en la guerra llamada de la independencia española de 1808 a 1814 enfrentando a los conquistadores de Europa y distinguiéndose en la Batalla de Bailén, uno de los primeros contrastes experimentados por los franceses en España, y mereciendo honrosa mención en el parte de la victoria.


Que allí se había incorporado a una logia, no cabe duda. Pero como la ha comprobado mi colega Oscar Alberto Acevedo, ella no tenía nada de lo que se supone asociado a esa clase de instituciones, sino que se inspiraba en la más segura ortodoxia católica.


Que el oficial llegado a nuestras playas en 1812 era un espíritu abierto a las luces del siglo, lo probó en toda su carrera como militar y como político. Pero ella prueba asimismo que no tenía nada del jacobino sectario y sistemático que caracterizó a los hombres de ese tipo.


Desde que figura en el país interviene en política; en el movimiento que provoca la caída del Primer Triunvirato, culpable de una pusilanimidad en política exterior que amenazaba hacer fracasar la empresa no bien comenzada, muestra lo que como maestro de táctica podía hacerles dar a sus granaderos. Al mando del Ejército del Norte exhibe su capacidad para tratar a un colega en desgracia como Belgrano.


Instalado en el gobierno de Cuyo, donde prepara la ejecución de su campaña de los Andes, aparece como gran administrador civil y militar. Debe repetir lo que he dicho en otro lugar: que el cambio de estrategia decidido por el Estado argentino, del Norte al Oeste, resuelto entre San Martín, Pueyrredón y Guido es, como estudio de un plan de Estado Mayor, digno de una gran potencia. Así también el Gran Capitán se halla al mismo nivel en sus inculpaciones al representante de Mendoza en el Congreso de Tucumán sobre la imperiosa necesidad de declarar la independencia, con agorismos deslumbrantes, de esos que precipitan las voluntades. Si no tenemos zapatos, calzaremos ojotas; sino tenemos sillas, nos sentaremos en cabezas de vacas; si no tenemos qué ponernos, andaremos en pelotas como nuestros antepasados los indios.


Que fue partidario de las instituciones libres, como todos los espíritus ilustrados de la época, no cabe duda alguna. Pero no era un ideólogo; al contrario, su realismo político resplandece de modo extraordinario, pero comprendía las dificultades que se oponían a su inmediata instalación, dada la situación en que se hallaban los pueblos de América. Que las facultades omnímodas para el Poder Ejecutivo eran indispensables para la guerra, se lo escribe a Rondeau el 27 de agosto de 1819, donde le dice que los enemigos no se contendrían con “libertad de imprenta, seguridad individual… estatutos, reglamentos y constituciones”, sino con sables y bayonetas, con el fin de “asegurar aquellos dones preciosos para mejor época”. Tres lustros más tarde, ante el fracaso de los utopistas en todo el continente, le escribía a Guido: “Maldita sea la libertad (anarquiza); no será hijo de mi madre el que vaya a gozar de los beneficios que ella proporciona”. Hasta que no se establezca un gobierno que los demagogos llamen tirano, que proteja de la licencia, no habrá orden; y el hombre que lo implante merecerá “el noble título de libertador”. La suma del poder, más la resistencia de dictador a las agresiones europeas, fueron los motivos para que él legara su sable a don Juan Manuel de Rosas.


Sus renuncias al Protectorado en el Perú y a la oferta del gobierno que recibió de Lavalle en 1829, han sido mal interpretadas. No se debieron a la postura de un coqueto de la gloria. Sino a su profundo realismo. En el primer caso, lo hizo fracasar su país, el que dirigido por Rivadavia, le negó los recursos financieros para montar un ejército que le permitiera rematar la independencia americana antes que Bolívar; y en el segundo, a conocimiento que tenía de los hombres que habrían debido ser colaboradores forzosos en la lucha contra los federales cuya fuerza y cuyos fines conocía.


El conocimiento de sí mismo, y de las circunstancias que se le presentaron en cada momento de su carrera, fueron supremos en el Libertador. La suerte no lo favoreció, ni a él ni a su patria, para que su genio, manejando los inmensos recursos que ésta tenía, le permitiesen crear la gran potencia mundial que estaba al alcance de su ambición.


* Publicado en Siete Días, agosto (1980).

domingo, agosto 8

Isidro, y el milagro del pozo seco.





Argentina es hoy la tierra triste que trata a los pequeños de tres maneras: o los aborta, o los entrega a la escuela pública o los maricones, o los asesina a balazos.


Isidro y el milagro del pozo.


Nos cuenta el relato histórico que San Isidro Labrador protagoniza un célebre milagro, recordado aún entre las almas pías que frecuentan el saludable recuerdo de los santos y sus obras. Al caer su pequeño hijo –Illán- a un pozo seco, Isidro, desconsolado, pide fervorosamente ayuda a la Madre de los Afligidos, la Virgen Santísima, y Dios opera el milagro: brota el agua del pozo hasta el brocal empujando al chico al exterior. El portento fue plasmado en singular óleo de Alfonso Cano y se nos viene a la memoria en este domingo, recordando a Isidro Buzali-Píparo, el bebé asesinado al recibir también los disparos que los homicidas dirigen a su madre. Es providencial el nombre, creo yo, colocado al pequeño. No se ha obrado el milagro del pozo, eso es evidente. Pero al menos, Isidro y su Santo Patrono refrescan la alicaída esperanza del pueblo argentino que si reconociera nuevamente la paternidad de Dios Nuestro Señor, éste podría nuevamente hacer que brote el agua hasta los bordes y se limpie el país de tanta inmundicia.


Las noticias van olvidando poco a poco a la familia Píparo y desde aquí pensamos que es momento de dejar constancia de algunos trazos que no merecen quedar en el olvido. Quede el primero asentado, y es el del pozo seco. Argentina es hoy tierra infecunda, pese a la tan mentada “reactivación económica” de la que habla el gobierno satánico y su arpía representante. Tierra seca, tierra muerta. Tierra dónde el pecado se enseñorea en las leyes de los putos y en la muerte en mano de los malhechores. Tierra dónde se persigue la virtud y se la suplante por el reino del goce y la enseñaza prostibularia de la televisión y del Ministerio de Educación. Tierra del martirio de los buenos. Tierra de la vergüenza de los tibios. Tierra sin Obispos.


Argentina es hoy la tierra triste que trata a los pequeños de tres maneras: o los aborta, o los entrega a la escuela pública o los maricones, o los asesina a balazos.


En segundo lugar, dejar asentadas dos cosas que no me gustarían que pasen desapercibidas, y no sé si han sido publicadas en alguno de los medios (ni en los masivos, ni en los medios católicos que aún pelean el buen combate): Que la familia Buzali-Píparo es católica, de asistencia dominical a la Santa Misa. Que se recuerde este dato y sea motivo de obligación para nuestras oraciones al Señor. Estamos obligados a rezar por estos hermanos nuestros. Y para ellos, quede la esperanza puesta en el Señor. Que sea la Madre Dolorosa la que los ampare en estas terribles circunstancias. También decir que Isidro fue bautizado, el nombre del labriego glorioso no es ocioso, y los datos son serios. Dios lo sabe. Sería reconfortante comprobarlo, para que la tragedia se convierta también en apostolado fecundo, y los padres tomen conciencia de la urgencia de bautizar a los pequeños y la importancia de estar bien formados en la fe para saber responder en circunstancias adversas como esta.


Desde aquí, una palabra para el matrimonio Buzali-Piparo: A ella, salud para recomponerse. A él fortaleza cristiana en la desazón. A los dos, sepan perdonar.


A nosotros: no descansar nunca más en el combate contra la maldad asentada en nuestra tierra. Hoy domingo es el día del niño en Argentina. Y hoy, la situación de los niños deja bastante que desear. No podemos refugiarnos en el interior de la alegría, porque los que hoy disfrutamos del bienestar de nuestros chicos (hijos, nietos, sobrinos, ahijados) no debemos olvidar los deberes con la Patria, que es el conjunto de las familias. No transar más con el sistema corrupto y podrido. Y combatir efectivamente.


Buscaba para cerrar la opinión de los compañeros del combate. No he encontrado casi nada. Pero leo en el blog de la Revista Cabildo un poema del Padre Castellani que parece está pensado para este momento del país. Creo que nuestros amigos de Cabildo piensan igual. Terminemos entonces con el nostálgico Romance de la Pobre Patria:


Un país de plata, su nombre significa “La Plata”
y la plata va siendo lo único que se acata.

Pobre patria en manos de hombres tenderos o charlatanes,
¡será posible hayan muerto ya todos tus capitanes!


Cayetano de Santa María

(a)

El Renegáu.


ROMANCE DE LA POBRE PATRIA



La Argentina tiene más maestros que soldados;
eso sí, casi todos están desocupados.


Y de los ocupados, la mitad son judíos,
perfectamente empeñados en educar nuestros críos.


En la escuela normal les enseñan esto:
primero pedagogía y después encontrar puesto.


Y luego su oficio es en-señar a leer bien o mal
por medio de la escuela activa y de enseñanza sexual.

Con más otras diez materias precisas y necesarias
pero jamás supieron ni San Martín ni Hernandarias.


Después al pobre muchacho le dicen que es ciudadano,
que es un gran hombre y es el pueblo soberano.


Y que vaya a buscarse la vida de cabeza
en un empleo del Gobierno o en una compañía inglesa.


Porque la democracia le da el derecho de votar,
de opinar, de discutir, y dejarse explotar.


Pues vivimos en ciudad que no es ni Pekín ni Tiflis
aquí que en diez años solos eliminarán la “síflis”.


Un país libre, un país donde viene cada peje…
pero ni para un remedio se encuentra un solo hombre Jefe.


Aunque se encuentra un millón de jefitos de loquero
que ejercen la profesión que llaman politiquero.


Un país sin jefe, un país sin poeta,
un país que se divierte, un país que no se respeta,
un país corajudo y bravo para jugar a la ruleta.


“¡Qué Argentina al Sur, ni Argentina al Norte,
a mí lo que me agrada es bailar con corte!”.


Un país que no sabe bien adonde tira,
un país que mira bizco cuando mira,
un país que ha consentido que lo nutran de mentira.


Un país de plata, su nombre significa “La Plata”
y la plata va siendo lo único que se acata.


Pobre patria en manos de hombres tenderos o charlatanes,
¡será posible hayan muerto ya todos tus capitanes!


Pobre patria en este ambiente de necios y de pelaires;
¡Que Dios te mande tormenta y buenos aires!


Mas si yo tuviese un hijo le daría un buen caballo…
para huir de las escuelas, los pedantes, los diarios.


No le enseñaría a leer, mucho menos a escribir,
lo enviaría a las estancias a soñar el porvenir
y a aprender la única forma digna nuestra de morir.


P. Leonardo Castellani
(Tomado de su libro “Martita Ofelia y otros cuentos de fantasmas”)

Milagro del Pozo, Alonso Cano, 1638/40, Museo del Prado.

lunes, agosto 2

Sobre San Martín y la masonería.

“La leyenda masónica sanmartiniana nace como concepción mental en 1876. Es decir, veintiséis años después de la muerte de San Martín y diecinueve con posterioridad a la organización de la masonería argentina en Buenos Aires...

El nacimiento real de la leyenda masónica sanmartiniana es de mayo de 1880… una tarea de titanes que no consiguen su objetivo”.


San Martín, masón.


Texto: DÍAZ ARAUJO, Enrique: Don José y los Chatarreros. Mendoza, Diké, 2001.



Capítulo VI


Masón


No es éste, en modo alguno, el lugar para desarrollar un tema que ha abarcado libros enteros [1].


Se trata de una polémica que alcanza a veces notas estrafalarias. En la que se han usado argumentos tan mínimos como el otorgamiento de una medalla por los masones belgas. Esto es, que a falta de pruebas documentales, se han inventado este tipo de sucedáneos increíbles.


A su propósito, dice Roque Raúl Aragón que: “En cuanto a los homenajes que pudo haber recibido San Martín de masones –y no en actos masónicos- Lazcano afirma que la Masonería no reserva sus homenajes para sus propios miembros. El más llamativo es una medalla acuñada por una logia de Bruselas, cuya inscripción es: “La-Parfait Amitié Const.-A L´Or-de Bruxelles le 7 julliet 5807 au General San Martín, 3825”. Como se ve, no se le da el tratamiento de “hermano” (H.:.) que, de serlo, le hubiera correspondido” [2]. Aún se podría añadir con Horacio Juan Cuccorese estas preguntas:


“¿existe alguna prueba documental o testimonial reveladora de que San Martín haya aceptado una medalla masónica? ¿Existe constancia de la recepción solemne sobre la entrega de la medalla, discurso de Gran Maestre de la logia y palabras de agradecimiento de San Martín? Nada. ¿Habrá tenido conocimiento San Martín de que se acuñó una medalla masónica en su honor? En la correspondencia sanmartiniana tampoco se encuentra nada” [3].


No obstante, no podemos acá detenernos en semejantes minucias.


Nos limitaremos, pues, a indicar sólo algunas circunstancias muy importantes.


Una, es que en el Cádiz de las Cortes pululaban los clubes secretos de masones, carbonarios y sociedades ocultas antimasónicas. Antonio Alcalá Galiano (1789-1865), político liberal gaditano, menciona entre las primeras a la Landaburiana, la Lucena, los Comuneros, el café de la Fontana de Oro, la Lorencini, etc.; y entre las últimas a la “Esperanza”, el “Angel Exterminador”, el “Martillo”, la “Concepción”, etc [4]. En el comienzo, las logias masónicas –como la “Santa Julia”- correspondían a los afrancesados, mientras que las llamadas “sociedades patrióticas” proliferaban en el bando andaluz. Por lo demás, como apunta Juan Canter:


“Los dirigentes de las sociedades secretas luchaban y se desprestigiaban entre sí debatiéndose en diferentes aspiraciones. Las sociedades secretas fueron perdiendo su influjo en la lucha sorda mantenida entre ellas” [5].


Desorden que no se hubiera producido si todas esas sociedades y logias hubieran sido de obediencia masónica. Cosa que recién empezó a acontecer después de la Restauración en 1814, cuando arribaron a España los oficiales que habían estado presos en Francia.


Conclusión: que las sociedades secretas fueron un mal de la época, sin que se redujeran a las masónicas propiamente dichas [6].


Por lo pronto, la sociedad de los “Caballeros Racionales” americanos –cuya jefatura aparentemente ejercía Rafael Mérida, desde Caracas –en Cádiz al menos, no era masónica (a estar a las pruebas conocidas, no a las afirmaciones de los autores masónicos).


Sobre este punto no existen sino dos testimonios válidos. El primero, es el archiconocido José Matías Zapiola, en su respuesta a Mitre: “la Lautaro no era masónica, sí la de don Julián Alvarez”.


El otro testimonio, menos difundido, es el del mexicano Fr. Servando Teresa de Mier, O.P.. Este era un fraile liberal y trotamundos, quien en sus Memorias narra que estando en Cádiz fue invitado a integrarse en esa Logia de americanos. Por su condición sacerdotal, preguntó si la logia era masónica, en las que él no podía ingresar dadas las prohibiciones eclesiásticas. Se le aclaró (por el P. Anchoris) que no eran masones. El único masón era Carlos de Alvear. Cuando le tocó exponer en las tenidas de la Logia, Mier aprovechó la ocasión para atacar a la Masonería. Entonces, Alvear, a la oreja, le preguntó “por qué insistía tanto en que no eran masones, pues debía advertir que éstos perseguían a los que no eran de su sociedad, respondió que insistía porque, en realidad no lo era, y porque él no quería serlo, pues además de tenerlo prohibido Su Santidad, su razón lo convencía…” [7].


Exprofeso, hemos insertado primero el texto de las “Memorias”, porque el que sigue, ha sido discutido por los masones. Se trata de la declaración que tuvo que prestar Mier ante el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en México, el 18 de noviembre de 1817. Ahí mencionó las diversas sociedades de auto-socorro que en Cádiz se formaron, y “naturalmente estaba faltando una de americanos, que estaban allí mismos perseguidos”. Se enteró de la de los “Caballeros Racionales”, quiso ingresar, preguntó al P. Ramón Eduardo Anchoris si aquella era conforme a “la Religión y a la Moral”, y con la respuesta positiva, entró. “Tampoco era de Masones la sociedad –añade- aunque puede ser que como Alvear era masón imitase algunas fórmulas”. El arengó a sus socios, advirtiendo por tres veces:


“que no será Sociedad de Masones, sino de Patriotismo y Beneficencia”. También dijo que conoció al chileno José Pinto que “aunque era Masón, no era Caballero Racional” [8].


Decíamos que autores masones han impugnado esta última declaración, aduciendo que fue puramente defensiva. No obstante, como se aprecia, entre ambas exposiciones (la primera en absoluta libertad), no hay más diferencia que la de la extensión y detalle. O sea, que corrobora la anterior.


Eso es cuanto se sabe de la Sociedad, desde adentro.


En cambio, desde afuera hay variadas noticias.


Las más destacadas nos parecen las dos siguientes:


Una circular de la Logia, del 21 de diciembre de 1816, en la que se ordena:


“No atacar ni directa ni indirectamente los usos, costumbres y religión. La religión dominante será un sagrado de que no se permitirá hablar sino en su elogio, y cualquier infractor de este precepto será castigado como promotor de la discordia en un país religioso”.


Dos, la nota secreta de la Secretaría del rey Fernando VII al Gobernador de Cádiz, Villavicencio, del 22 de agosto de 1816, en la que se decía:


“Muy reservado. El Rey ha sabido por conducto seguro que existe una sociedad muy oculta, cuyos ritos son análogos a los de la masonería, pero que su único objeto es la independencia de América…” [9]


Este informe es coincidente con lo expresado por el Grl. Enrique Martínez a Andrés Lamas, en su carta del 4 de octubre de 1853, en la que aludiendo a la Lautaro, anotaba: “Esta sociedad tenía el solo objeto de proponer la independencia de todas las secciones de la América española y unirse de un modo fuerte para repeler la Europa en caso de ataque…” [10]


El alegato de autores masónicos, acerca de que José Moldes, con los Gurruchaga, había establecido una logia masónica en Madrid, en realidad opera en contra de quienes sustentan ese argumento. En primer término, no pueden decir que San Martín perteneciera a esa logia [11]. Y, en segundo lugar, José Moldes fue una persona sumamente detestada por San Martín (“Estoy seguro que si Moldes entra en el Congreso, se disuelve antes de dos meses. El infierno no puede abortar un hombre más malvado; yo no lo he tratado, pero tengo documentos en mi poder de su perversidad. En conclusión: este es hombre enemigo de todo lo que es ordenado y prudente”: carta a Tomás Godoy Cruz, 12.11.1816).


Otra argucia endeble es traer la cita de escritores españoles de derecha, no muy afamados (como Eusebio Comín Colomer o Carlos Carlavilla), interesados a denostar a los liberales constitucionalistas hispanos, presentándolos en colusión con los independentistas americanos, entre ellos, San Martín. Este es un sistema de retroalimentación. Los masones hispanos lo afirman, los antimasones hispanos lo recogen, y los masones argentinos, dando muestras de su “objetividad”, se apoyan en los segundos. Pero el asunto no pasa de ser un acertijo sin prueba alguna.


En resumen: todo parece indicar que el Libertador no fue masón, aunque en sus logias usara cierta metodología análoga a las masónicas. Decimos “sus” logias, porque está bien en claro que él las dominó y no fue dominado por ellas.


Esa es, asimismo, la conclusión de los más destacados historiadores que han abordado la cuestión: Domigo F. Sarmiento, Bartolomé Mitre, Rómulo Avendaño, Armando Tonelli, Juan María Gutiérrez, Ricardo Piccirilli, Héctor Juan Piccinali, Martín V. Lazcano, Juan Canter, Guillermo Furlong, Bernardo Frías, José Pacífico Otero, Patricio Maguire, Edberto Oscar Acevedo, Aníbal Rotjer, Ricardo Rojas, William Spence Robertson, Carlos Calvo, Ricardo Levene, José Luis Trenti Rocamora y Horacio Juan Cuccorese.


Ahora, si lo que se intenta averiguar es el catolicismo de San Martín, también hay diversos documentos que lo aclaran. A nosotros sólo nos interesan aquellos que lo muestran como gobernador, militar o político.


Queremos decir que no vamos a entrar en el examen de su conciencia íntima, o de sus prácticas privada. Eso está sólo reservado a Dios. Aunque no desconocemos, vgr., las referencias de Manuel de Olazábal [12] sobre el uso del rosario, o de Plácido Abad [13] sobre la asistencia a misa en Montevideo.


En aquel orden político, se pueden ver las siguientes normas:


a).- El artículo primero del Código de Deberes Militares del Campamento de El Plumerillo, redactado por San Martín en setiembre de 1816, que reza así:


“Todo el que blasfemare contra el santo nombre de Dios, su adorable Madre, o insultare la religión, por primera vez sufrirá cuatro horas de mordaza atado a un palo en público por el término de ocho días; y por segunda, será atravesada su lengua con un hierro ardiendo, y arrojado del cuerpo. El que insultare de obra a las sagradas imágenes o asaltare un lugar consagrado, escalando iglesias, monasterios u otros, será ahorcado.

El que insultare de palabra a sacerdotes sufrirá cien palos; y si hiriere levemente perderá la mano derecha; si les cortare algún miembro o le matare, será ahorcado.

Las penas aquí establecidas… serán aplicadas irremisiblemente”.


b).- La instrucción a Tomás de Godoy Cruz, del 26 de enero de 1816, acerca de la forma de gobierno que debería adoptar el Congreso de Tucumán:


“sólo me preocupa que el sistema adoptado no manifieste tendencia a destruir Nuestra Religión”.


c).- El Título IIº del “Código Constitucional” de Chile, de agosto de 1818, dictado por Bernardo O´Higgins, bajo el influjo de San Martín, que decía:


“La religión Católica, Apostólica, Romana es la única y exclusiva del Estado de Chile. Su protección, conservación, pureza e inviolabilidad, será uno de los primeros deberes de los jefes de la sociedad, que no permitirán jamás otro culto público ni doctrina contraria a la de Jesucristo”.


d).- La Sección 1a. del “Estatuto Provisional” del Perú, dictado por San Martín, el 8 de octubre de 1821, se estableció:


“La religión Católica, Apostólica, Romana es la religión del Estado. El gobierno reconoce como uno de sus primeros deberes mantenerla y conservarla por todos los medios que estén al alcance de la prudencia humana. Cualquiera que ataque, en público o privadamente, sus dogmas y principios, será castigado con severidad, a proporción del escándalo que hubiese dado… 3º. Nadie podrá ser funcionario público si no profesa la religión del Estado”.


Quizás, por todo eso, le podía escribir al Arzobispo de Lima, Monseñor Bartolomé María de las Heras, desde el campamento del Huaura, sobre normas de “la religión que profesamos”, y asegurarle que su objetivo era ver:


“consolidado un gobierno que garantizase el orden y la prosperidad sobre principios diametralmente opuestos a las ideas exaltadas que desgraciadamente se han difundido en el mundo desde la célebre revolución (francesa) del año 92”.


Singular masón, este San Martín…


Masón singular, devoto de la Virgen del Carmen y de Santa Rosa de Lima, cuyos enemigos más acérrimos fueron los masones Carlos de Alvear y José Miguel Carrera, y cuya empresa peruana se frustró por la acción combinada de tres logias masónicas. Como pocas veces se las menciona, citémoslas por su orden:


La primera fue la Logia Central de la Paz Americana del Sud, formada por Jefes y oficiales del Ejército Real que “perteneciesen al partido liberal”, cuyo Venerable era el General Jerónimo Valdés [14], que impidió precisamente la “paz americana”, oponiéndose a los acuerdos de Miraflores y Punchauca, gestados por los virreyes Pezuela y La Serna, y el Comisionado Real, Manuel Abreu, sobre la base de la Independencia americana y la coronación de un miembro de la dinastía Borbónica.


La segunda, fue la Logia Provincial de Buenos Aires, que presidía en el país Bernardino Rivadavia, con ramificaciones en la “Lautaro” o el “Ejército Libertador” –Juan Gregorio de las Heras, Enrique Martínez, etc.-, que, al tramitar la paz por separado con la España Liberal, concretada en la “Convención Preliminar de Paz”, del 4 de julio de 1823, con la Misión Pereyra-La Robla, desahució la misión sanmartiniana del Cnl. Antonio Gutiérrez de la fuente comisionado para reabrir el frente del Alto Perú. También, con el envío de la misión de Félix de Alzaga al Bajo Perú, con vistas a socavar las bases políticas y militares del Libertador.


La tercera, fue la Logia Republicana Orden y Libertad, cuyo Venerable era José Faustino Sánchez Carrión. El, junto con Vidaurre, Mariátegui, Francisco de Paula Quiroz, Fernando López Aldama, Portocarrero y otros peruanos, atacaron los proyectos monarquistas de San Martín y Monteagudo , provocando luego el asesinato de este ex-Ministro de Gobierno sanmartiniano. La misión de esta logia era la de restar el apoyo de la población peruana al Protector, agitando la bandera republicana.


Las tres entidades confluyeron en la postulación ideológica revolucionaria de “balcanización” sudamericana, para crear múltiples republiquetas “democráticas” y serviles al Imperio Británico [15]. “Es del más alto interés de la Gran Bretaña evitar la unificación sudamericana bajo un solo Estado”, aseveran Carlos A. Goñi Demarchi y José Nicolás Scala, al examinar la política de Lord Stranford y del comercio inglés [16].


“Se nos ha ofrecido “Constitución (de Cádiz, de 1812) y Paz” –escribirá Bernardo de Monteagudo, en “El Pacificador del Perú”, el 30 de mayo de 1821-, y hemos respondido “Paz e Independencia”, porque sólo la Independencia puede asegurar la amistad de los españoles”. Es decir: que frente al lema sanmartiniano: “Seamos libres, que lo demás no importa nada”, los masones, por la voz de José Manuel García, y la Logia Valeper, en “El Centinela”, de Buenos Aires, en 1822, contestarán: “Buenos Aires aborrece de lo militar… cree que se debe preferir en lugar de la sangre la tinta… Al país le es útil que permanezcan los enemigos en el Perú”.


Por tanto, no parece haber mayor acuerdo entre San Martín y esas sectas. Posición que debe haber influido para la morosidad en la gestación de la leyenda masónica.


Acerca de este punto nos parece muy relevante el juicio del extraordinario historiador español Vicente Rodríguez Casado, cuando apunta:


“Sobre la intervención de la masonería hay que tener en cuenta diversos hechos importantes. En primer término, el interés de los masones actuales de tener el mayor posible enlace histórico con las grandes personalidades del pasado. El único punto de apoyo que tenemos para saber, por ejemplo, que el famoso Conde de Aranda era masón, es precisamente el que cincuenta años después de su muerte, la masonería española conmemoró en una medalla tal hecho, sin que haya ningún otro documento que lo pueda atestiguar. Del mismo modo sucede, por ejemplo, con el general San Martín. Después de los estudios de monseñor Navarro demostrando que “la Gran reunión americana no fue propiamente una logia” y los escritos de Pueyrredón y Bulnes en los que determinan el que la logia americana tampoco pueda incluirse en la organización masónica, difícilmente puede afirmarse el carácter masónico de San Martín, el general, que, por otra parte, castigaba en su ejército con pena de muerte la blasfemia” [17].


Asunto sobre el cual también Horacio Juan Cuccorese escribió:


“La leyenda masónica sanmartiniana nace como concepción mental en 1876. Es decir, veintiséis años después de la muerte de San Martín y diecinueve con posterioridad a la organización de la masonería argentina en Buenos Aires...

El nacimiento real de la leyenda masónica sanmartiniana es de mayo de 1880… una tarea de titanes que no consiguen su objetivo”.


Por lo tanto: “resultará siempre una quimera presentar al libertador como masón” [18].


Y las quimeras deben quedar en manos de los quiméricos.


Notas:


1. A muchos de estos autores vgr. Alcibíades Lappas, Boleslao Lewin, Fabián Onzari, Enrique de Gandía o Antonio Rodríguez Zúñiga, como ya dijera Ricardo Piccirilli, les “sobran argumentos y faltan pruebas”: op. cit., p. 135.

2. Aragón, Roque Raúl, op. cit., ps. 18/19, nota 7.

3. Cuccorese, Horacio Juan, Historia de las ideas. La “cuestión religiosa”. La religiosidad de Belgrano y de San Martín. Controversia entre católicos, masones y liberales, en: Ensayos, nº 40, enero-diciembre 1990, p. 134.

4. Alcalá Galiano, Antonio, Recuerdos de un anciano, Bs. As., Espasa-Calpe Argentina, 1951, cap. VIII; cfr. Memorias, Madrid, 1886, 2 vols.

5. Canter, Juan, Las sociedades secretas y literarias, en: Nación, vol. V, Primera sección, cap. IX, p. 178, nota 40.

6. ver, también: Sánchez Bella, Ismael, La España que conoció San Martín, en: Homenaje, tº I.

7. Villegas, Alfredo G., San Martín en España, Bs. As., Academia Nacional de la Historia, 1976, ps. 73-74.

8. Memorias de Fray Servando Teresa de Mier, Madrid, América, sf, ps. 337-338, y ss.; cfr. O´Gorman, Edmundo, Prólogo, a: Fray Servando Teresa de Mier, Ideario Político, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1978, tº I, ps. IX-XXXIV; cfr. Fernández del Castillo, Antonio, El eslabón de Londres. José de San Martín, Fray Servando Teresa de Mier y Francisco Javier Mina, en: Primer, tº I, ps. 201-217; Miquel I Verges, J.M., Aspectos inéditos de la vida de Fray Servando en Filadelfia, en: “Cuadernos Americanos”, México, 1 de noviembre de 1946, vol. XXX, nº 6, ps. 187-205; Conté de Fornés, Beatriz, Los fundamentos políticos de la independencia en el pensamiento político de Fray Servando Teresa de Mier, en: “Revista de Historia Americana y Argentina”, Mza., Instituto de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, año XVIII, nº 35-36, 1995, 1996.

9. Eyzaguirre, Jaime, La Logia Lautarina, Santiago de Chile, Ed. Francisco de Aguirre, 1973, p. 8.

10. Este, y otros documentos citados, en: Chindemi, Norberto, Historia y Política. Función política de la historia. San Martín, pensamiento y acción. Las Logias. Documentos III, Bs. As., Ed. Los Nacionales, 1996.

11. ver: Lappas, Alcibíades, San Martín y su ideario, en: Primer, tº IV, p. 240.

12. Memorias del Coronel, Bs. As., Instituto Sanmartiniano, 1947.

13. El general San Martín en Montevideo, Montevideo, Peña Hnos., 1923.

14. Con los que en España serían conocidos después como “los Ayacuchos” –según el título de la famosa novela de Benito Pérez Galdós-: García Camba, Espartero, Rodil, Canterac, Ferraz, Loriga, Carratalá, Monet, Vigil, La Hera, Maroto, Ameller, Seoane y La Torre; cfr. Pezuela, Joaquín de la, Memoria de gobierno, 1816-1821, al cuidado de Vicente Rodríguez Casado y Guillermo Lohman Villena, Sevilla, 1947, ps. 845/863.

15. ver sobre este tema, los libros y artículos de: Carlos Steffens Soler, Ricardo Piccirilli, Andrés García Camba, Joaquín de la Pezuela, Manuel de Odriozola, Agustín de la Puente Cándamo, Gustavo Pons Muzzo, Tomás de Iriarte, Felipe y Enrique Paz Soldán, Juan B. Soto, Augusto Barcia Trelles Víctor Andrés Belaúnde, Francisco Morales Padrón, Ricardo Caillet-Bois, Enrique Guerrero Balfagón, José Luis Busaniche, Gabriel René-Moreno y Raúl Porras Barrenechea.

16. Goñi, Carlos A. y Scala, José Nicolás, La Diplomacia de la Revolución de Mayo, Bs.As., Crespillo, 1960, p. 47.

17. Rodríguez Casado, Vicente, Conversaciones de Historia de España, Barcelona, Planeta, 1965, tº II, p. 149, nota 4.

18. Cuccorese, Horacio Juan, San Martín, Catolicismo y Masonería. Precisiones históricas a la luz de documentos y testimonios analizados con espíritu crítico, Bs.As., Instituto Nacional Sanmartiniano, Fundación Mater Dei, 1993, p. 144.