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martes, septiembre 30

Angelelli (Satanelli).

Dos puebladas contra Mons. Angelelli (13 de junio  y 29 de julio de 1973).



En: Revista Cabildo, Buenos Aires, Año 1, Número 8, 6 de diciembre de 1973, páginas 27 – 29.

Este artículo, que tiene como protagonistas principales a los feligreses de los pueblos de La Costa pertenecientes a la parroquia y departamento de Castro Barro (La Rioja), y cuyos hechos centrales se han producido el 13 de junio de este mismo año (festividad de San Antonio de Padua, patrono de la parroquia y de su sede en Anillaco), lleva como fin demostrar cómo algunos que se dicen sacerdotes”, y que señalan a todos los que no se hacen eco de su ideología como explotadores, opresores, imperialistas, burgueses, etc., son marxistas, aunque lleven la vestimenta de –y hayan sido consagrados- sacerdotes.
Los hechos más abajo narrados, nos harán ver claramente que cuando alguien acusa a estos “sacerdotes” de marxistas (o comunistas, como suelen llamarlos en los pueblos del interior) corren a buscar el versículo de la Biblia, la palabra “salvadora” de los Santos Evangelios – lógicamente sacada fuera de contexto- con lo cual tratan de confundir al que los pone en descubierto.

Antes de comenzar con los acontecimientos acaecidos el día 13 de junio, día del ANILLACAZO (ya que están de moda los AZOS) o LA COSTALADA, debemos hacer una breve introducción al tema.

El Obispo de La Rioja, Angelelli (“fundador” de la Nueva Iglesia Riojana y más conocido por Satanelli en esa provincia), se ha caracterizado por traer a su zona de pastoral a cuanto sacerdote expulsado de otra diócesis  ande suelto en la Argentina; quien además cuenta con los servicios del conocidísimo sacerdote Arturo Paoli (marxista que cuando viene a Buenos Aires –en época de veraneo- disfruta de una fastuosa residencia con pileta de natación, en la zona residencial de Vicente López). Este “equipo de expertos” ha ido ocupando todas las parroquias claves de la diócesis de La Rioja, exceptuando Tama, donde está el Padre Goldbach, y Anillaco, donde está el Padre Virgilio Ferreira desde hace más de 45 años.

Aprovechando la enfermedad del Padre Ferreira que lo obliga  a trasladarse a La Rioja, “el equipo sataneliano” decide enviar a los pueblos de La Costa algunos de su miembros para concientizar a los vecinos. Pero se encontraron que su prédica no hacía carne en los pobladores de esa zona riojana; feligreses no acostumbrados a escuchar que “la Iglesia debe abrazarse con  Freud y Marx”, “el sacerdocio en todos sus niveles está ligado a estructuras perimidas”, “no se debe temer echar mano, si es necesario, a la violencia”… Esta era la situación cuando se precipita el ANILLACAZO.

El Anillacazo.

Desde horas tempranas, más de un millar de personas venidas de todos los pueblos de La Costa, se habían congregado frente al templo de Anillaco con el fin de solicitar el alejamiento del lugar del Obispo Angelelli y la comitiva compuesta por diez sacerdotes y cinco religiosas (entre otros Jorge Danielián, Antonio Puigjané, Marcelo Laffage, Arturo Pinto, Fabricio Sigampa, Julio Guzmán, Ana María Alchalel, Teresa Rasilla, Mariana de la Merced, y dos o tres laicos).

Los fieles exigían con humildad y firmeza que el Obispo Angelelli y sus “barbudos”, cuya prédica no estaba de acuerdo con lo enseñado por el Magisterio de la Iglesia, se alejaran inmediatamente del lugar y asimismo, deseaban que el Padre Ferreira fuera repuesto al frente de su parroquia, para él presidiera las fiestas patronales.

Alrededor de las 10hs el Padre Ferreira apareció en la puerta del templo, y en ese instante, los feligreses congregados frente al mismo se postraron de rodillas y le pidieron su bendición, demostrando quién era el verdadero pastor.

Hasta ese momento Angelelli y su comitiva habían dado señal de su presencia clausurando el acceso al templo. Esto tuvo como réplica que los fieles se decidieran a realizar una procesión alrededor de la plaza de Anillaco, en señal de adhesión al Padre Ferreira.

Llegado a ese extremo, los feligreses comenzaron a solicitar nuevamente que Angelelli y “los barbudos” se fueran del pueblo. Un altavoz –enclavado frente al templo- reproducía mensajes como estos: … “el pueblo de La Costa no propicia la violencia, pero tampoco merece la violencia, ni agravios. Y es violencia y es agravio ocupar el templo e impedirle realizar la fiesta de su Santo Patrono. Que quienes ocupan el templo lo desocupen, y dejen que el pueblo de Dios sin interferencias extrañas goce de justicia y paz”…

Alrededor del mediodía, la totalidad de los fieles –congregados frente al templo y a la espera de una iniciativa por parte del “grupo sataneliano”- irrumpió dentro de la Iglesia y la casa parroquial. En la ocasión, y en nombre de todos los allí reunidos, una persona se dirigió al Obispo Angelelli diciéndole: … “lo que Ud. está predicando no está acorde con nuestra fe, y pedimos que se vayan del departamento quienes han introducido en nuestra Iglesia ideologías foráneas”, a lo que Angelelli respondió: … “Dios quiera que el Señor los bendiga, pero también Dios quiera que caiga la maldición sobre los responsables de este acto”, respondiendo su interlocutor que “no tenemos miedo a maldiciones ni a ninguna amenaza porque estamos seguros que estamos defendiendo la verdadera fe”…

Para demostrar la verdadera careta de estos sacerdotes, falta decir que el Obispo Angelelli pidió al comisario Barros que reprimiera a los fieles. Ante semejante pedido, Barros le contestó que había una directiva del Ministerio del Interior para que no se repriman las manifestaciones populares y que su misión en el lugar era proteger la integridad física del Obispo y su séquito. Por cierto que quienes escucharon al Obispo pedir a la policía la represión de sus propios fieles, no pudieron dejar de recordar que hace poco tiempo el mismo prelado pretendió efectuar un Encuentro extra de San Nicolás y el Niño Alcalde, con el más rotundo fracaso, para condenar la represión de que habían sido objeto dos de sus curas –acusados de terroristas- (El Sol de la Rioja, 22/6/73).

Viendo el cariz que tomaban los acontecimientos, el Obispo y su séquito abandonaron el pueblo entre vivas al Padre Ferreira y la Iglesia y “que se vayan los barbudos”. Pero antes de retirarse dejó un decreto sin fecha (manuscrito) en cual establece una serie de medidas lesivas contra los pobladores de La Costa, de las cuales se pueden tomar dos para reflexionar:
… “a) disponer que en ningún templo de La Costa se realicen actos litúrgicos hasta nueva disposición;
b) ordenar que todo sacerdote que no cuente con expresa autorización del Obispo e incumpliere lo enunciado en el punto anterior, queda suspendido ipso facto…” Reflexionemos: ¿a qué sacerdotes se refiere? ¿a los que son expulsados de otras diócesis por estar en contra de la Iglesia en su prédica diaria y que él se encarga de “recoger en su regazo” con tanto cuidado? ¿a los concientizadores de religiosos y religiosas, que han provocado una impresionante deserción de conventos, colegios, etc.? ¿cuál es su intención al privar de asistencia espiritual a 10 poblaciones íntegras?
Antes de retirarse el “equipo sataneliano”, uno de ellos (Padre Sigampa), y ante la mirada incrédula y atónita de los fieles, se apoderó del copón perteneciente al templo de Anillaco y lo trasladó a Aimogasta.



El grupo de “Privilegiados”.

Después de la ida de Angelelli, el Padre Ferreira fue repuesto en su curato, lo cual agradeció con palabras emocionadas (términos que por razón de espacio no transcribimos).
A partir de ese mismo día comienzan a llegar adhesiones a Anillaco; entre otras, el 16 de junio, la de la Junta Provincial del Movimiento Nacionalista de La Rioja, que emite un comunicado en relación con los sucesos de violencia  que se suceden en el país, y menciona los hechos ocurridos en Anillaco, apoyando lo actuado y pidiendo “que reflexione el Ordinario local y los curas que lo secundan de que con el pueblo riojano no se juega”.
El 20 de junio Angelelli emite un decreto que entre sus considerandos dice: “… que el pueblo (de La Costa) fue utilizado y presionado deslealmente por un grupo… que este mismo grupo excitó al pueblo contra su Obispo sin otro fin que el mantenimiento de sus privilegios…” y que por ello declara incurso en entredicho personal a: Simón Navarro (“privilegiado empleado” que atiende un surtidor de nafta), César Menen (agricultor), Fiori Cecane (“privilegiado” empleado agrario), Dr. Páez (médico jubilado), Amado Menen (comerciante), José A. Lucero (profesor), Carlos Orellana (consejal justicialista), Manuel Menen (comerciante), Juan F. Del Moral (preside la Cooperativa El Velazco), Pastor Ávila (de La Rioja; no estuvo en Anillaco pero igual fue sancionado), Luis M. De la Fuente (profesor, ha presidido el Movimiento Familiar Cristiano antes que éste fuera disuelto por Angelelli, actualmente preside el Movimiento Católico Seglar de Formación y Apostolado), Juan Cisterna (jefe del Correo de Anillaco) y Manuel Yañez (agricultor).
A todos estos privilegiados, Angelelli les avisó que: … “no podrán asistir a los divinos oficios, ni recibir los Sacramentos o Sacramentales, y quedan privados de la sepultura eclesiástica…”

¿Progresismo = Terrorismo?

Hay que agregar que luego de estos acontecimientos, la Madre Superiora del Colegio Sagrado Corazón de Jesús solicitó a la señora G. E. Soria de De la Fuente, que presentara su renuncia al cargo por haber participado su esposo de manera notoria en el ANILLACAZO.

Es de destacar que las pertenencias de los capuchinos Danielián y Puigjané –que fueron retiradas de la casa parroquial de Anillaco días después de los acontecimientos narrados- consistían en equipos electrónicos, grabadores (¿serían para aplicar las teorías de Paulo Freire de “lavado de cerebro”?), ropa de alta montaña, documentación, cartas, mochilas, etc. valuadas (según un testigo presencial) en unos 9 millones de pesos viejos. ¡Pensar que uno de sus votos es de pobreza!

El domingo 17 de junio, a la vez que se realizaban las fiestas patronales de San Antonio con la asistencia de más de un millar y medio de personas, Angelelli en la misa que celebra por L. V. 14 decía entre otras cosas: “… Hermanos costeños, dos sacerdotes, los padres Jorge (Danielián) y Antonio (Puigjané) que han dejado familia y amigos, se han realizado entre ustedes para servirlos y estar junto al Padre Virgilio para ayudarle, lo sucedido el día de San Antonio me exige reparar públicamente esta injusticia, agravio que se les ha hecho al decirles que se vayan. Por eso les encomendé la predicación de la Novena de San Nicolás, aquí en la Catedral. Como gesto de acogida fraternal, como reparación de la diócesis…”

Después de esto se produjeron otros incidentes de menor importancia, hasta que el domingo 29 de julio ante una homilía altamente provocativa de Angelelli, y con el agravante de que dos de las monjas expulsadas (A. M. Aichalel y T. Rasilla) por disposición del Obispo, pretenden radicarse en los pueblos de La Costa, se produce el AMINGAZO.

Al saber que ambas monjas habían llegado a Aminga, en menos de media hora se agolparon frente a la casa de las mismas más de trescientas personas que pedían de viva voz que se fueran del pueblo. Como les respondiera el silencio, algunos vecinos procedieron a ocupar la casa, mientras otros se dirigían en su búsqueda al edificio ocupado por CODETRAL (Cooperativa de Trabajadores Rurales Amingüeños).

Detengámonos un momento en saber qué es o qué era CODETRAL. Digo era, porque el 22 de agosto la Cámara de Diputados de la Rioja sancionó la ley 3228 de parcelamiento del latifundio Azzalini, que abarca 116 has. y 37 inmuebles, y con ello terminó con el deseo de una experiencia de granja colectiva, al estilo soviético en la Argentina.

CODETRAL, era una cooperativa creada por el “grupo sataneliano” para trabajar las tierras de la sucesión Azzalini, y al frente de la misma estaban los Sres. Siffe y De Marco. Pero nunca hicieron nada de esto.

Volvamos al hilo de la narración. A los vecinos agolpados frente al edificio de CODETRAL, también les respondió el silencio. Ante esto, penetraron a la casa donde se incautaron de todos los elementos existentes, como ya –otro grupo- había hecho en la casa de las monjas asuncionistas.

Las personas que penetraron al local de CODETRAL, se llevaron una gran sorpresa. No había ni un solo elemento o herramienta utilizable en tareas agrícolas, pero sí: a) un mimeógrafo, máquinas de escribir, un proyector de diapositivas, un proyector de películas sonoras (valuado todo esto en varios millones de pesos); b) explosivos, distribuidos en dos bolsas y en un envase de hojalata; c) gran cantidad de caños de unos 30 cm. y mechas; d) varios pasajes vía aérea a nombre de uno de los directivos de CODETRAL y con destino a varios países de Europa (todos esos viajes habían sido realizados aproximadamente en tres meses, y el costo total de los mismos era de unos 50 millones de pesos moneda nacional); e) abundante material ideológico marxista; f) correspondencia mantenida entre Siffe y De Marco con varios países europeos. En una de esas cartas, el remitente pregunta: “Si al fin los padres Antonio y Jorge han podido sacar al cura viejo…” (no hay ninguna duda que se refiere al Padre Ferreira); etc.. etc.

Asimismo, extraoficialmente se menciona que entre el numeroso material secuestrado  figuraría una planilla contable, en la que están asentadas diversas sumas de dinero recibidas del exterior, principalmente dólares y marcos alemanes. Una de las sumas anotadas es de 40.000 marcos alemanes, que en pesos viejos representa la friolera de 160 millones. ¡Viva los católicos alemanes, que nos financian nuestros satanellis!

Además, entre el material y documentación retirados de la casa de las monjas, los vecinos encontraron unos extraños sobrecitos (alrededor de 50) que contenían un polvito blanco. Hay que ser demasiado bobalicón, para no sospechar lo que puede ser.

Después de esto, hay que preguntarse: ¿qué pensaba hacer Angelelli con la gente de CODETRAL? ¿no será una pantalla detrás de la cual se esconde algo terrible? ¿cuál era la razón de los viajes tan seguidos a Europa? ¿Angelelli y Paoli con quién están vinculados? La única respuesta –rápida y coherente- es que CODETRAL está vinculado a organizaciones extremistas marxistas internacionales. Esto lo confirmaría –además de los elementos hallados- el quincenario NUEVA HORA (Partido Comunista Revolucionario) que en su N° 123, correspondiente a la segunda quincena de agosto de este año publica un artículo titulado: LA RIOJA LUCHA (firmado por Esteban Rubín) en el cual se elogia la labor (sic) de Angelelli y CODETRAL.

No debemos dejar de mencionar que el 13 de agosto, el “Papa negro” Arrupe visitó La Rioja, apoyando totalmente “la labor realizada” por Angelelli, y además dijo que “apoyar al Obispo significa estar con la Iglesia” (?) ¡Qué extraña influencia la de los jesuitas Di Nillo, Ramos, Hueyo y Aguedo Pucheta!

A semejante intromisión jesuítica vino a sumársele la del enviado pontificio, monseñor Zaspe, quien tras una desafortunada y muy ruidosa gestión en la tierra de Facundo debió meter violín en bolsa y dar por terminado su fugaz viaje. Es que en el Vaticano soplan huracanados vientos de “renovación”, los cuales, demás está decirlo, no son del agrado de los fieles anillaquenses.

Te splendor et virtus Patris.

Te splendor et virtus patris

(Himno del Breviario Romano al Arcángel San Miguel *)



Oh Jesús, que eres fuerza y luz del Padre,
Oh Jesús, que das vida a nuestros pechos:
Te alabamos en coro con los Ángeles,
Que siempre de tu boca están suspensos.

Millares de celestes capitanes
Militan en las huestes que acaudillas,
Pero es Miguel quien a su frente marcha
Y quien empuña la sagrada insignia.

Él es quien precipita en lo  más hondo
De los infiernos al dragón funesto,
Y quien fulmina a los rebeldes todos,
Y quien los echa del baluarte excelso.

Sigamos día y noche a nuestro príncipe
Contra el fiero adalid de la soberbia,
Para que desde el trono del Cordero
Nos sea dada la corona eterna.

Gloria al Padre y que Él guarde con sus Ángeles
A los que, redimidos por su Hijo,
Fueron ungidos desde el firmamento
Por el eterno bien del Santo Espíritu.


( * Traducción de Francisco Luis Bernárdez)

100 años de la muerte de San Pío X. Nuestro tardío homenaje.

“Que no se exagere, en consecuencia, las dificultades cuando se trata de practicar lo que la fe nos impone para cumplir nuestros deberes, para ejercitar el fructuoso apostolado del ejemplo que el Señor espera de todos nosotros: Unicuique mandavit proximo suo. Las dificultades vienen de quien las crea y las exagera, de quien a sí se confía y no al socorro del cielo, de quien cede cobardemente intimidado por las burlas y risas del mundo: de lo que hay que concluir que, en nuestros días más que nunca, la fuerza de los malos es la cobardía y debilidad de los buenos, y todo el nervio del reino de Satán reside en la blandura de los cristianos.” San Pío X



Discurso pronunciado por el papa San Pío X el 13 de diciembre de 1908 después de la lectura de los decretos de beatificación de Juana de Arco, Juan Eudes, Francisco de Capillas y Teófano Vénard y sus compañeros.
Agradezco, Venerable Hermano (1), a vuestro corazón generoso el desear verme trabajar el campo del Señor siempre a la luz del sol, sin nubes ni borrasca. Pero Vos y yo hemos de adorar las disposiciones de la Divina Providencia que, después de establecer su Iglesia aquí abajo, permite que encuentre en su camino obstáculos de toda índole y resistencias formidables. La razón es, por otra parte, evidente: la Iglesia es militante y está, en consecuencia, sumida en una lucha continua. Esa lucha hace del mundo un verdadero campo de batalla y de todo cristiano un soldado valeroso que combate bajo el estandarte de la cruz. Esa lucha ha comenzado con la vida de nuestro Santísimo Redentor y no ha de terminar más que con el mismo fin de los tiempos. Así pues, hace falta que todos los días, como los valientes de Judá al volver de la cautividad, rechazar con una mano al enemigo y levantar con la otra las paredes del Templo santo, es decir: trabajar en la propia santificación.
Nos confirma en esta verdad la misma vida de los héroes de los cuales se ocupan los decretos que se acaba de publicar. Estos héroes llegaron a la gloria no sólo a través de negras nubes y pasajeras borrascas, sino de contradicciones continuas y duras pruebas que llegaron a exigirles por la fe la sangre y la vida.
No puedo, sin embargo, negar que en este momento grande es mi alegría porque, al glorificar tantos santos, Dios manifiesta su misericordia a una época de gran incredulidad e indiferencia religiosa; pues, en medio del abajamiento general de los caracteres, he aquí que se ofrecen a la imitación estas almas religiosas que en testimonio de la fe dieron la vida; pues, finalmente, esos ejemplos vienen en su mayor parte, Venerable Hermano, de vuestro país, en el que los que detentan los poderes públicos han desplegado abiertamente la bandera de la rebelión y han querido romper a cualquier precio los vínculos con la Iglesia.
Sí, estamos en una época en la que muchos enrojecen al confesarse católicos, muchos otros odian a Dios, la fe y la revelación, el culto y sus ministros, mezclan en todos sus discursos una impiedad burlona, niegan todo y todo lo tornan en risa y sarcasmos, sin respetar siquiera el santuario de la conciencia. Pero es imposible que ante estas manifestaciones de lo sobrenatural, cualquiera sea su voluntad de cerrar los ojos ante el sol que los ilumina, una rayo divino no termine por penetrar hasta su conciencia y, aunque más no sea por medio del remordimiento, los regrese a la fe.
Lo que hace aún mi alegría, es que la valentía de estos héroes ha de reanimar los lánguidos y tímidos corazones, temerosos en la práctica de las doctrinas y creencias cristianas y ha de hacerlos firmes en la fe. El coraje, en efecto, no tiene razón de ser si no se apoya en una convicción. La voluntad es una potencia ciega cuando no la ilumina la inteligencia, y no es posible marchar con paso firme entre las tinieblas. Si la generación actual tiene todas las vacilaciones del hombre que marcha a tropezones, es signo patente de que ya no tiene en cuenta la palabra de Dios, llama que guía nuestros pasos y luz que aclara nuestros senderos: Lucerna pedibus meis verbum tuum et lumen semitis meis.
Habrá coraje cuando la fe esté viva en los corazones, cuando se practique todos los preceptos por ella impuestos; pues la fe es imposible sin obras tanto como imaginar un sol sin luz ni calor. Esta verdad tiene a los mártires que acabamos de celebrar por testigos. No hay que creer que el martirio sea un acto de simple entusiasmo consistente en poner la cabeza bajo el hacha para ir diestro al paraíso. El martirio supone el largo y penoso ejercicio de todas las virtudesOmnimoda et immaculata munditia.
Y para hablar de la que os es más conocida que todos los otros -la Doncella de Orleans-, ya en su humilde país natal ya entre la licencia de las armas, se conservó ella pura como los ángeles; fiera como un león entre todos los peligros de la batalla, estuvo llena de piedad por los pobres y los desafortunados. Simple como un niño en la paz de los campos y en el tumulto de la guerra, se mantuvo siempre recogida en Dios y fue toda amor por la Virgen y la santa Eucaristía, como un querubín, bien lo habéis dicho. Llamada por el Señor a defender su patria, respondió a su vocación para una empresa que todos -y ella primero- creían imposible; pero lo que es imposible para los hombres es siempre posible con el socorro divino.
Que no se exagere, en consecuencia, las dificultades cuando se trata de practicar lo que la fe nos impone para cumplir nuestros deberes, para ejercitar el fructuoso apostolado del ejemplo que el Señor espera de todos nosotros: Unicuique mandavit proximo suo. Las dificultades vienen de quien las crea y las exagera, de quien a sí se confía y no al socorro del cielo, de quien cede cobardemente intimidado por las burlas y risas del mundo: de lo que hay que concluir que, en nuestros días más que nunca, la fuerza de los malos es la cobardía y debilidad de los buenos, y todo el nervio del reino de Satán reside en la blandura de los cristianos.
¡Oh! Si se me permitiera, como lo hizo en espíritu Zacarías, preguntar al Señor: « ¿Qué son esas llagas en medio de tus manos? » no cabría duda sobre la respuesta: « Me han sido infligidas en casa de los que me amaban », por mis amigos que nada han hecho por defenderme y que, al contrario, se han hecho cómplices de mis adversarios. Y de este reproche que merecen los cristianos pusilánimes e intimidados de todas partes, no puede escaparse un número grande de cristianos de Francia.
Esa Francia fue llamada por mi venerado predecesor, como lo habéis recordado, Venerable Hermano, la nobilísima nación; misionera, generosa y caballeresca. A su gloria he de agregar lo que escribiera al rey san Luis el papa Gregorio IX:
« Dios, al que obedecen las legiones celestiales, habiendo establecido aquí abajo reinos diferentes siguiendo la diversidad de lenguas y climas, ha conferido a grande número de gobiernos especiales misiones para el cumplimiento de sus designios. Y como otrora prefiriera la tribu de Judá a las de los otros hijos de Jacob, y como la colmara en su largueza de bendiciones especiales, así eligió a Francia y la prefirió a todas las demás naciones de la tierra para proteger la fe católica y la libertad religiosa. Por ese motivo Francia es el reino de Dios mismo y los enemigos de Francia son los enemigos de Cristo. Dios ama a Francia porque ama a la Iglesia que atraviesa los siglos y recluta las legiones de la eternidad. Dios ama a Francia que ningún esfuerzo pudo jamás separar enteramente de la causa de Dios. Dios ama a Francia, donde nunca la fe ha perdido su vigor, donde reyes y soldados no han titubeado en afrontar los peligros y dar su sangre por la conservación de la fe y de la libertad religiosa. » Así se expresa Gregorio IX.
Así diréis al regresar a vuestros compatriotas, Venerable Hermano, que si aman a Francia deben amar a Dios, amar la fe y a la Iglesia que es para todos ellos muy tierna madre como lo fuera de vuestros padres. Les diréis que hagan su tesoro de los testamentos de san Remigio, de Carlomagno y de san Luis, testamentos que se resumen en las palabras tan a menudo repetidas por la heroína de Orleans: « ¡Viva Cristo, que es el Rey de los francos! »
Sólo bajo este título es Francia grande entre las naciones; bajo esta cláusula es que Dios la protegerá y la hará libre y gloriosa; bajo esta condición, se le podrá aplicar lo que de Israel se dice en los Libros Santos: « Que nadie se ha hallado que insultara a ese pueblo, sino cuando se alejó de Dios».
Así pues, no es un sueño sino una realidad lo que, Venerable Hermano, habéis enunciado; no tengo sólo la esperanza, mas la certeza del triunfo completo.
Moría el Papa mártir de Valencia cuando Francia, después de haber desconocido y negado la autoridad, proscrito la religión, abatido los templos y los altares, exiliado, proscrito y diezmado los sacerdotes, había caído en la más detestable abominación. Dos años no habían pasado de la muerte del que había de ser el último Papa cuando Francia, culpable de tantos crímenes, sucia aún de la sangre de tantos inocentes, volvió en su angustia los ojos al que, elegido Papa por una especie de milagro lejos de Roma, tomó en Roma posesión de su trono. Y Francia imploró, con el perdón, el ejercicio del poder divino que hubiera en el Papa tantas veces rechazado y Francia fue salva. Lo que parece imposible a los hombres es posible para Dios. Me afirma en esta certeza la protección de los mártires que dieron su sangre por la fe y la intercesión de Juana de Arco que, como vive en el corazón de los franceses, repite al cielo sin cesar: « ¡Gran Dios, salvad a Francia! »

(1) Mons. Touchet, obispo de Orleans. Fuente: Acta Apostolicsi Sedes,15 de enero de 1909, págs. 142-145.

sábado, abril 26

Ante las canonizaciones de Juan XXIII y Juan Pablo II: la canonización del Concilio Vaticano II y sus errores.



“La Iglesia está en crisis. Bien. ¿Es la primera crisis en su historia? No es la primera crisis, aunque los pesimistas dicen que es la última. Se puede decir que, en cierto modo, la Iglesia ha andado en crisis siempre; y hasta hoy ha salido de todas y ha salido con ganancia.” (…)

“Pero algunos dicen que la crisis actual de la Iglesia es peor que la crisis del siglo XVI; y yo creo lo mismo, después de haberlo largamente considerado. Bien ¿y qué? La mano de Dios no está abreviada y Dios puede conceder al mundo lo que Belloc y Chesterton tanto han deseado: la conversión de Europa; y la conversión de Europa sería entonces la resurrección del mundo. Las otras grandes crisis de la Iglesia, no se veía durante ellas como podían solventarse; y se solventaron. Así tampoco veo yo ahora cómo puede solventarse el presente berenjenal; pero eso no quiere decir que Dios no vea mejor que yo las berenjenas.”


L. Castellani, Seis ensayos y tres cartas, pp. 18 y 20.

lunes, febrero 17

Cortázar, a 30 años de su muerte.


Blasfemo y obsceno -allí está para quien dude El libro de Manuel-, revulsivo y contestatario de salón; cobarde autoexiliado a buen resguardo y mejores ganancias, la suya es una literatura llena de sorpresas repelentes, de bajezas morales, de raterías ocultistas, de rebeldías calculadas y poses de “cronopio” exquisito que desprecia a las masas por las que dice luchar.



Por Alonso Quijano ***

Seremos imparciales. Con Cortázar ha muerto un perverso, un renegado y un escritor fuera de lo común. Ninguno de estos juicios debe ser demostrado porque no está en discusión; lo discutible -para sus plañideros adeptos, se entiende- es la descalificación que hacemos los “reaccionarios” de todo aquél que abraza al Marxismo, traiciona a su patria y escribe con la intención expresa de destruir el lenguaje y los significados. Porque “July” hizo todo esto y mucho más.

Por perverso adhirió sin retaceos a las revoluciones comunistas, a los movimientos terroristas, a las ideologías nihilistas y a los personajes más funestos de la Revolución Mundial Anticristiana. Por renegado abandonó su patria, difundió su carencia de “orgullo nacional”, se ciudadanizó francés (“Francia es mi casa, dijo, y me sigue pareciendo el lugar de elección para un temperamento como el mío”), y participó activamente de cuanto grupo, proyecto o estrategia antiargentina se orquestó desde Europa o desde el resto del mundo. Por escritor fuera de lo común entendemos ante todo a aquél que desprecia la lógica y el sentido común, y que como él, tuvo el objetivo manifiesto de “usar la literatura como se usa un revólver para efender la paz cambiando su signo”. Lenguaje sin semántica, críptico, ambiguo y caótico. Carente de esencia, y por lo tanto vano, vacuo y sin Verbo. En Rayuela lo dice sin tapujos: “Procede como un guerrillero. Hace saltar lo que puede. El resto sigue su camino”.

Blasfemo y obsceno -allí está para quien dude El libro de Manuel-, revulsivo y contestatario de salón; cobarde autoexiliado a buen resguardo y mejores ganancias, la suya es una literatura llena de sorpresas repelentes, de bajezas morales, de raterías ocultistas, de rebeldías calculadas y poses de “cronopio” exquisito que desprecia a las masas por las que dice luchar. “A riesgo de decepcionar a los catequistas -declaró- y a los propugnadores del arte al servicio de las masas, sigo siendo ese cronopio que escribe para su regocijo o sufrimiento personal, sin la menor concesión, sin obligaciones “latinoamericanas” o “socialistas” entendidas como apriorismos programáticos”. “Regresó en 1973 -confiesa Beatriz Guido en La Nación del 19 de febrero-. Intentó explicar en el Sindicato de Luz  y Fuerza ante un público exiguo, la misión del intelectual frente a las masas... Los pocos que estabámos en la sala dejamos de escuchar los bombos de la entrada y los estribillos partidarios...”

Pero tuvo una virtud. Se murió en el momento exacto. Cuando en su patria -Francia- gobierna un badulaque de la zurdería internacional y en la Argentina -su pensión- los émulos de aquél y otros mamarrachos similares. Todos amigos, socios, colegas y compañeros de ruta (o de autopista) en el camino de la decandecia. Y bien; no defreudaron las expectativas previsibles. Compitieron en los elogios y en los lugares comunes, en las ofrendas latréuticas, los ayes de opereta y los inciensos cívicos. Gorostiza, O´Donnell, Aguinis, Gregorio Weinberg, Borges, Sábato, Madanes, Blaistein, Antín, Wullicher, Couselo, Couselo, Inchausti, María Esther de Miguel, Héctor Lastra, Hermes Villordo, Gudiño Kieffer, Luisa Mercedes evinson, Silvina Ocampo, Marta Lynch, Héctor Yanover, Abelardo Arias, Marco Denevi, José Bianco, Alberto Girri... nadie, nadie faltó a la ronda ironda y la carnestolenda de los testimonios público. El Alfoncinismo les dió sus puestos y sus sueldos, su ubicación en el “staff” de la cultura democrática y sus caras de víctima de la represión cultural. Ellos representaron su rol, ebrios de poder y frivolidades. Si el muerto los hubiera visto, habría escrito la segunda parte de Conducta en los Velorios.

Pero el muerto está en Montparnasse, sin cruces ni Cristo, como quiso. Sin plegarias ni homilías. En una tumba que es continuación de la gusanera en la que vivió y creció. Dice Anzoátegui que a Dios le gusta a veces empeñarse a fondo, y por eso, no sabemos qué será de su desdidachada alma. Pero si el Diablo leyó a Dante y conserva algún resto de coherencia, lo recibirá con Scarmiglione, Rubicante, Barbariccia y Libicocco, aquellos cuatro demonios del canto XXI: rojo, barbado, melenudo y loco, para llevarlo a empellones hasta la inmunda chamusquina final.

Epitafio: Todos los fuegos... el Infierno.



*** En Cabildo, Segunda Época, Nº 74, marzo de 1984, pp. 12 y 13.

La Candelaria (2 de febrero).


La vieja Sinagoga no sabe que este rito es el anuncio de su desaparición, la abrogación de su ley.



Por Fr. Justo Pérez de Urbel ***

Un misterio que cierra las amables efusiones de las alegrías de Navidad. María continúa en Belén, “revolviendo siempre en su corazón”, los sucesos portentosos de la noche inolvidable en que los ángeles anunciaron la paz al mundo. Son meditaciones de júbilo y terror al mismo tiempo. En los ojos del pequeñuelo hay reflejos de una felicidad insondable y de una inenarrable amargura, indicio y presentimiento de un destino de dolor y de victoria.

Han pasado cuarenta días, cuarenta días de reclusión, durante los cuales la ley mosaica le prohibía acercarse al tabernáculo; cuarenta días de éxtasis, de adoración, de íntimos coloquios con aquel Dios que aún no sabía hablar. ¿Qué le importaba a ella el templo de Salomón, donde dominaban los sacerdotes y hacían su negocio los saduceos, si tenía en su regazo aquella carne tierna y rosada que era al mismo tiempo templo y tabernáculo, y altar, y víctima, y sacerdote? Pero he aquí que José se le acerca, interrumpiendo aquellas extáticas alegrías. Ha terminado el plazo de la separación y la ley de Jehová urge: hay que subir a Jerusalén, hay que purificar a la recién parida, hay que rescatar al recién nacido, que, como todos los primogénitos, es propiedad del Señor, y hay que ofrecer el holocausto del cordero, o por lo menos, si la madre es pobre, el par de torcaces o palomas. María, ciertamente, estaba segura de que aquella ley no se había hecho para ella. ¿No era acaso el santuario purísimo del Espíritu Santo, siempre casta, pero más casta todavía desde que había vivido en sus entrañas el Dios de la santidad? No obstante, quiere obedecer, quiere mezclarse con las demás madres que llegan al templo diariamente para recobrar la pureza con el sacrificio. No ha llegado aún el momento de la revelación definitiva de su hijo: los pastores de Belén se volvieron a sus chozas, guardando en sus almas el secreto de su regocijo; los Magos de Oriente llegaron silenciosamente a su patria, sin ver de nuevo la santa ciudad, que se había conmovido con su venida; y el mismo nacimiento de Jesús en Belén debía permanecer ignorado de las gentes. Cuando llegue su hora se llamará el Nazareno. Como antes del edicto de Octaviano, el Hijo y la Madre obedecen ahora la ley de Moisés.

Sigamos al humilde cortejo: José y María, y, en los brazos de María, el recién nacido. Desde Belén Efratá hasta Jerusalén: gargantas y pegujales áridos, praderas con rebaños y pastores embozados en sus anguarinas, y campos donde verdean ya los trigales, que dan el nombre a la ciudad de David, montañas grises y llanuras grises con manchones verdes y amarillos. Pero hay algo que parece rejuvenecer al mundo: la tierra y el cielo y la naturaleza entera son alegrados y santificados por la presencia de su Creador. Va María envuelta en una atmósfera de arrobamiento, entre el interés o la indiferencia, o la incomprensión de los transeúntes. A su lado, José lleva la ofrenda que se ha de presentar al sacerdote. No, no es un cordero, que le hubiera costado quince denarios. Son ellos demasiado pobres; y además, ¿no será llamado aquel Niño el Cordero que quita los pecados del mundo? Su ofrenda es la ofrenda de la pobreza: dos palomas que aletean en una jaula y que son el símbolo de la castidad y de la fidelidad, de la simplicidad y de la inocencia.

Helos ya en las calles ruidosas de Jerusalén, abriéndose paso entre los cestos de los galileos que pregonan el pescado del Jordán, y los puestos de las vendedoras que expenden las verduras de Emaús y Betania; entran en el templo, pisan tímidamente aquellos pórticos  magníficos, que el Niño llamará más tarde guaridas de ladrones; José, un poco azorado; María, cubierto el rostro, el alma ajena a aquel ambiente de negocios sacrílegos. Tal vez algún levita se ríe de los dos provincianos; y, sin embargo, es aquél un momento solemne, un acontecimiento histórico, que había sido previsto y cantado por los profetas de Israel. Un día, cuando Zorobabel reconstruía la morada de Jehová, destruida por los asirios, desalentado porque no podía emular la magnificencia de Salomón, se sentó frente a las construcciones, lamentándose de su impotencia; y entonces fue cuando el profeta Ageo se acercó a él y le dijo: “No desmayes ni te entristezcas, porque he aquí lo que dice el Señor: Un poco de tiempo aún, y Yo haré temblar el cielo y la tierra; Yo estremeceré los imperios; y el Deseado de las gentes vendrá y llenará de gloria esta casa; y la gloria de esta segunda casa será mayor que la de la primera, porque en ella aparecerá la paz.”

La profecía se cumple en estos momentos: José entrega las dos avecillas; María presenta a su Hijo; el gran sacerdote toma en sus manos aquel retoño del tronco de David, y, aburrido tal vez, reza las palabras del ritual. Todo pasa en silencio. La vieja Sinagoga no sabe que este rito es el anuncio de su desaparición, la abrogación de su ley. Todo pasa en silencio; pero allí, en un ángulo, el viejo Simeón alza los ojos del rollo de las Escrituras, se estremece a ver a aquel Niño cuyo nombre le ha parecido descubrir en cada página bíblica, y canta el “Nunc dimitis”. Figura del mundo antiguo, envejecido en su larga expectación, se renueva, se rejuvenece como el águila; en cuanto toca con sus manos aquel fruto de vida, abre su boca jubilosa, une su voz a la voz de los reyes y los pastores y anuncia la “luz que iluminará a las gentes, la gloria del pueblo de Israel”. A sus voces acude Ana, la profetisa, y también ella comprende y adora; y las alabanzas de los dos ancianos, representantes de la sociedad antigua, se juntan para celebrar la aparición dichosa del Niño, que viene a renovar la faz de la tierra.

A ella nos juntamos todos los cristianos en la procesión graciosa de la Candelaria. Es una ingeniosa, una delicada manifestación de nuestro amor filial a María. Queremos acompañarla en su camino, queremos alumbrar su paso, queremos recordar aquella luz descubierta por el viejo sacerdote, y, recordando el misterio, tomamos en la diestra el cirio simbólico. No nos importa el origen pagano de este rito; no nos importa que sea un vestigio de las fiestas Lupercales o Amburbales, que lanzaban a la calle a los romanos blandiendo antorchas y recordando el paso de Ceres por las cimas del Etna; para nosotros, el cirio que el sacerdote bendice y pone en nuestras manos es la figura de Cristo; porque, como decía San Anselmo, en la cera, obra de la abeja virginal, vemos su cuerpo; en la mecha que la cera; en la mecha que la cera envuelve, su alma, y en la llama, su divinidad.

He aquí el profundo sentido de esta fiesta de la Purificación, fiesta antigua que se remonta a los tiempos constantinianos, y es la primera que en honor de María apareció en el cielo de la liturgia.


*** Fr. Justo PÉREZ DE URBEL: Itinerario litúrgico. Bs. As., Poblet, 1945, Cap. XI.

martes, enero 28

Presentación del año XIV.



Cuarenta publicaciones tuvo este blog el año XIII. Y nos permite Dios continuar el buen combate en el año XIV, que no comienza con un panorama mejor para la Patria o para la Iglesia, aunque el Papa sea argentino. En esta oscura situación de corrupción, vicio y traición (de obispos y diputados), le pedimos a Nuestra Señora de Luján que nos ampare e interceda para que se nos conserve la Fe y no permita que el virus del liberalismo nos envuelva en su tenebroso sopor o el lenguaje sublevado del marxismo gane nuestras mentes y corazones. Mientras palmo a palmo, rincón a rincón, seguimos levantando las banderas de los derechos de Dios y de la soberanía de la Patria según la consigna quirogana: Religión o muerte


Rutina e irreflexión.


por el P. Andrés Hamón ***

Adoremos a Dios, soberano dueño de los siglos, árbitro de nuestra vida y de nuestra muerte, que nos da este nuevo año, no para que dispongamos de él a nuestro arbitrio, sino para que empleemos todos sus momentos en servirle a El santamente. Pidámosle la gracia de no volver a caer, este año, en el vicio que ha paralizado todos los años precedentes, el vicio de la rutina y de la irreflexión, sobre la cual Jeremías pronunció esta terrible lamentación: La tierra está desolada porque no hay nadie que reflexione dentro de sí (XII, 11).

  1. Gravedad del mal de la rutina e irreflexión.

¿Puede comprenderse un mal más grande, que aquel que hace inútiles las gracias de Dios, estéril la fe e imposible la reforma de las costumbres? Tal es el mal de la rutina e irreflexión.

1º Hace inútiles las gracias. Dios nos da la gracia de la oración; pero la oración, hecha por rutina y sin reflexión, se reduce a un movimiento maquinal de los labios, con el cual ni honra a Dios, ni obtiene nada el que lo hace. Dios nos otorga la gracia de un buen pensamiento, un piadoso impulso una advertencia utilísima para nuestra salvación; pero esta semilla, que habría dado frutos preciosos, si hubiese madurado con la reflexión, no es ahora más que una semilla arrojada a lo largo del camino, camino donde llas vanas ideas y las novedades del mundo la han hollado y hecho perecer. Dios nos ha concedido la gracia de los sacramentos, pero la maldita rutina o la falta de reflexión han paralizado todos sus frutos. Dios nos ha concedido un nuevo año para obrar nuestra salvación; pero, si no destruimos la rutina, no hará ella más que acumular sobre nuestra cabeza, como un nuevo tema, un año de abusos de gracias agregados a los años anteriores.

2º La rutina o la irreflexión hace estéril la fe. Es muy deplorable ver lo que es la fe bajo el imperio de la rutina. La fe, por el influjo de ese enorme mal, queda relegada a una parte secreta de nosotros mismos, en donde no entramos jamás, o como un oscuro rincón en donde su luz no alcanza a nuestros ojos: de modo que se cree como si no se creyera; se habla, se piensa, se obra como si realmente no hubiera fe en el alma. La muerte que se aproxima, el juicio que la sigue, el paraíso o el infierno que vienen en pos del juicio, nada nos conmueve. Los misterios más augustos de la religión, los sacramentos, la Eucaristía misma, encuentran en el alma el frío del mármol. Es una indiferencia, un hielo y una insensibilidad que con nada se conmueven. Nos hemos familiarizado con estos altos misterios, nos hemos hecho de ellos una rutina y todo se acabó; serán estériles para nosotros, mientras no nos hayamos curado de ese mal.

3º La rutina hace imposible la reforma de las costumbres. Arrastrados por ella, como por un río que corre siempre en un mismo lecho, no pensamos seriamente en reformarnos, ni comprendemos la necesidad extrema de hacerlo; nuestra energía desaparece, nos dejamos llevar por la corriente del uso y de la costumbre: la hallamos agradable y llegamos a creer que es lo único posible. Ese estado nos adormece. Temamos la hora de despertar, que será espantosa.

  1. Remedios contra la rutina e irreflexión.

El primer remedio es la oración. Pidamos a Dios, con todo el fervor de que seamos capaces, que cure nuestra alma enferma (Salmo XL, 5); que reanime nuestra fe (San Lucas XVII, 5) en la grandeza de la Divinidad; nos inspire los sentimientos de profundo respeto con que debemos servirle y nos otorgue la gracia de una vida mejor en el nuevo año. El segundo remedio es la fidelidad en nuestros ejercicios de piedad, es decir, no solamente hacerlos con exactitud, sino con actitud recogida y un gran deseo de sacar de ellos la enmienda de nuestra vida. El tercer remedio es recogernos a menudo dentro de nosotros mismos, para examinar si nos hemos dejado llevar de nuestras antiguas costumbres de rutina y de irreflexión, si nuestros actos y palabras, nuestras intenciones y pensamientos están siempre animados por ese espíritu de fe, humildad, caridad y amor de Dios, que caracteriza a un alma cristiana; y, cuando conozcamos que hemos caído en nuestros antiguos hábitos, levantarnos sin demora y trabajar con celo y buena voluntad en nuestra reforma.


*** Hamón, Andrés: Meditaciones. Bs. As., Guadalupe, 1962, pp. 210 a 213.

Acomplejados por la propaganda.



La obra maestra de la propaganda anticristiana es haber logrado crear en los cristiano, sobre todo en los católicos, una mala conciencia, infundiéndoles la inquietud, cuando no la vergüenza, por su propia historia. A fuerza de insistir, desde la Reforma hasta nuestros días, han conseguido convenceros de que sois los responsables de todos o casi todos los males del mundo. Os han paralizado en la autocrítica masoquista para neutralizar la crítica de lo que ha ocupado vuestro lugar.” (Leo Moulin)


Feministas, homosexuales, tercermundialistas y tercermundistas, pacifistas, representantes de todas las minorías, contestatarios y descontentos de cualquier ralea, científicos, humanistas, filósofos, ecologistas, defensores de los animales, moralistas laicos: “Habéis permitido que todos os pasaran cuentas, a menudo falseadas, casi sin discutir. No ha habido problema, error o sufrimiento histórico que no se os haya imputado. Y vosotros, casi siempre ignorantes de vuestro pasado, habéis acabado por creerlo, hasta el punto de respaldarlos. En cambio, yo (agnóstico, pero también un historiador que trata de ser objetivo) os digo que debéis reaccionar en nombre de la verdad”.

Cita incluída en el libro de Vittorio Messori, “Leyendas Negras de la Iglesia”, que se puede descargar haciendo clik en el siguiente sitio.